Diario de Pepín. día 108

El pueblo ya no tiene secretos para mí. Cuando bajo del coche sé perfectamente cuál es la puerta de la casa de los abuelos. Eso sí, la cortina sigue dándome un poco de miedo, y espero a que mamá la recoja a un lado para poder pasar, pero eso es lo único. Incluso me voy yo solito al trozo de hierba donde mamá me saca para hacer pis; que sabía yo muy bien dónde era y no me iba a perder. Mamá se llevó un poco de susto, eso sí, porque pasaban coches por la carretera y yo me fui a explorar, como si nada.

Los abuelos son muy viejitos y hacen las cosas más despacio que mamá y el chico de la gorra. Nos abrazan  mucho cuando llegamos y cuando nos despedimos, y la abuela me deja subirme al sofá, y eso debe ser algo extraordinario, según dicen mamá y la mujer que habla como ella pero no es ella. La abuela camina un poco raro, arrastra los pies y de vez en cuando parece que se va a caer, pero no. Yo procuro no meterme entre sus piernas porque si ya se tambalea ella sola, no quiero ni pensar si se tropieza conmigo. A veces ella me llama Pepito, y otras se piensa que yo soy una perrita pequeña que ella tuvo hace muchos años, pero a mí no me importa porque sé que ella me quiere igual.

Tener abuelos es una buena cosa.

Diario de Pepín. Día 19

Dice mamá que cuando ella no está me revuelvo mucho. Ella salió muy pronto por la mañana, sin mí, y, a mediodía, vino el chico de la gorra y me sacó a dar una vuelta y a que hiciera mis cosas en la hierba. Mamá volvió por la tarde, tarde, y, en ese tiempo desde mediodía, conseguí subirme al sofá sin ayuda, y, desde el sofá, pude alcanzar los muñecos que mamá tiene encima del respaldo y me llevé un par de ellos hasta mis camitas. También arrastré, como pude, una oveja blanca que sujeta la puerta de su dormitorio, que es muy pesada porque está llena de tierra, y el enorrrrrme león de peluche que está sobre su cama. Ella no se dio cuenta al marcharse, pero una de las patas del león asomaba por el borde y, aunque yo no alcanzo a subirme, sí alcanzo a tirarle un bocado y bajarlo de allí. Además me dio tiempo a llevarme un vestido, una camiseta y cinco zapatos. Si mamá no estaba, al menos tener algo suyo lo más cerca posible.

Diario de Pepín. Día 17

Hoy la cartera ha preguntado por mí. Yo estaba adormilado en mi rincón del despacho y no quise salir a saludar porque, por la mañana, me habían vacunado de la rabia. Cuando entramos en la clínica me acordé de las otras vacunas y empecé a protestar, pero no me sirvió de nada. La verdad es que luego se me pasa en un momento, pero tengo que dejarles claro, a mamá y a la veterinaria, que no me gusta que me pinchen. Mamá dice que peso 3 kg y 700 gramos, y la veterinaria dice que no voy a crecer otro tanto como lo que ya he crecido. Y eso le gustó mucho a mamá. La veterinaria, que habla como si sonara una música suave, nos invitó a sentarnos mientras ella escribía en el ordenador y en mi cartilla y mamá me tuvo cogido todo el tiempo. Yo no moví ni pata ni oreja, no fuera a ser que me bajara de allí.

Perros grandes y bonitos hay muchos pero yo creo que, si sigo siendo un perrito pequeño y con esta forma mía de mover las orejotas (se me dan la vuelta cuando pego saltos), de sentarme en la calle como si fuera un perrazo y de mirar con una mirada casi humana seguiré llamando la atención cuando voy por la calle. Aunque, de verdad, de verdad, lo que yo quiero es que mamá me abrace siempre, y me suba al sofá para echarme a su lado, y me deje su ropa o su zapatilla cuando se va, para que se quede conmigo un poquito.

Diario de Pepín. Día 16

Cuando mamá y yo volvemos a casa entro a toda velocidad para ver si así se despista y no me limpia las patitas, pero ella no suelta la correa hasta que me coge y no puedo librarme de  las dichosas toallitas. Ella dice que si quiero sofá tiene que ser con las patas limpias, y yo hago como que protesto, pero, en el fondo, no me importa demasiado. Prefiero el sofá, por supuesto.

Después doy un par de lengüetazos al bol con agua fresca y me coloco delante del  comedero, que ya tiene mi porción de pienso, pero no me pongo a comer aunque tenga mucha hambre; espero a que mamá se dé cuenta y se acerque hasta mí, se agache y coja en su mano un puñado de albóndigas. Y siempre es así, primero como de su mano y después ya como del comedero. Mamá y yo.

Diario de Pepín. Día 15

Mamá y yo vinimos a la oficina, como cada día. Pero luego mamá salió y yo me quedé con el chico de la gorra y con el señor que viene por las tardes y siempre me llama “perrete”. Los dos me acarician y me dicen cosas lindas cuando llego, después yo me pongo a dormir en mi rincón, al lado del sillón de mamá, y hasta que nos vamos.

Mamá no volvió a mediodía. El chico de la gorra me llevó a otra casa donde había otra gata que no era Sofía y que, como Sofía, tampoco quería cuentas conmigo. Yo me adapto a cualquier cosa, y, además, el chico de la gorra me dio mi pienso y agua fresca, pero no comí. Yo olí todos los rincones, invité a Mía (así se llama la gata) a jugar y, como no me hizo caso, me eché a dormir en una cama pequeña que, supongo, debía ser la suya. El chico de la gorra me sacó por la tarde también a un sitio cerquita, que olía mucho a otros perros pero no tenía hierba. Yo hice todas mis cosas y por la noche, cuando ya era mucho más tarde de lo que salgo con mamá, volvió a sacarme; yo creo que tenía miedo de que hiciera pis y caca en casa. Me porté bien. Por la mañana fuimos los dos a trabajar a la oficina pero tampoco estaba mamá y, a mediodía, me llevó a nuestra casa (de mamá, de Sofía y mía) y yo supuse que allí estaría ya mamá esperándome. Pero tampoco, así es que la esperé yo a ella.

Mamá llegó a media tarde, arrastrando la maleta que le vi preparar dos días antes. Ahora ya sé que las maletas son signo de mal presagio; a Sofía tampoco le gustan, aunque ella se metió dentro cuando mamá la dejó abierta sobre la cama. Yo, cuando la vi guardada, me quedé más tranquilo.

Los nervios por volver a ver a mamá me duraron hasta la hora de dormir. No podía estar quieto; cuando veía algún perro, daba  más brincos que nunca, cuando alguien me decía algo yo quería subirme por sus piernas, y, cuando mamá me decía “vaaaamos” yo hasta me echaba en el suelo para esperar un poco más. Luego ya hemos vuelto a la vida normal; que también es buena.

Diario de Pepín. Día 14

No es que yo quiera disculparme, es que de verdad pienso que no es mi culpa, o, al menos, no del todo. Ya lo dice toda la gente cuando me ve, que yo soy un cachorro, y los cachorros… hacen cosas propias de cachorros.

Esta mañana me levanté con mucho sueño, y, mientras mamá se duchaba, yo me fui a dormir a mi camita, que es el sitio de dormir más cercano a mamá cuando se ducha. Hoy no había motivos para quejarse, no me llevé sus chanclas, ni sus bragas, ni tiré la papalera; ¡pero es que ella tarda mucho en sacarme a la calle! Que si se ducha, que si se da crema, que si se seca el pelo después de darse mil potingues, que si desayuna… total que, de pronto, se dio cuenta de que había huellas de patitas mojadas en la tarima. “Demasiadas para ser salpicaduras del bebedero”, dijo. Y se puso a dar luces y a seguir mis huellas mejor que los rastreadores antepasados míos… y lo encontró, claro: Encontró una señora meada en la sábana de su cama que colgaba hasta el suelo. Y me metió los hocicos, o casi, en la sábana diciendo “no, ahí no”. Pero es que mamá me había quitado el empapador  y yo tenía muchas ganas de salir y el sitio que más se parecía al empapador… era la sábana. Que a mí me gusta más la hierba, que ella lo sabe de sobra, pero si no tengo hierba y tengo que mear… pues aprovecho cualquier cosa.

Diario de Pepín. Día 13

Mamá me ha comprado una camita nueva, dice que para que no asocie la vieja con hacer pis en ella. En realidad, la ha comprado porque yo había mordido la tela y había sacado trozos de espuma pero así ella aprovecha para decirme que ese no es sitio de mear. Es que no puedo resistir la necesidad de morder todo y las pelotas de goma no se rompen, pero la camita, sí.

Dice mamá que, en cuanto se sienta en el sofá ya estoy yo pidiendo que me suba, pero es que se está muy agustito allí, a su lado, y me quedo dormido en seguida pegado a su pierna. Por la noche sigo durmiendo en la alfombra. A mí no me importa porque espero que algún día me deje dormir con ella, como hace Sofía. De momento, ella deja sus chanclas a mi lado y yo coloco mi cabecita encima para dormir.

En la calle tengo muchísimo trabajo. Entre las cagadas de las palomas, las meadas de perro, la gente que se para a decirme cosas y los perros que se cruzan conmigo y quieren olerme, no paro un momento. Mamá a veces se enfada, porque me siento en la calle y no quiero caminar o pego un tirón para ir a oler algo, pero yo creo que eso es algo que va en nuestra naturaleza. Al fin y al cabo, ella no quiere esperar cuando yo voy a comer basura y yo no quiero esperar cuando ella va a retirar mis cacas. Supongo que será para compensar.

Diario de Pepín. Día 12

Los fines de semana son un descontrol. Como ayer volvimos más tarde, mamá ya no me sacó a hacer pis antes de acostarnos y, como esta mañana era sábado, nos hemos levantado un poco más tarde, a pesar de que Sofía le quitaba a mamá la ropa de la cama para que se despertara.

Mamá se ha dado cuenta de que yo había hecho pis en casa cuando vio que retozaba por la hierba sin hacerlo allí. Murmuró algo pero yo seguí a lo mío, olisqueando todo  lo que se me ponía por delante. Y es que, todavía no controlo bien el interruptor del pis. El de la caca, perfecto, pero el del pis… se me resiste a veces.

Hoy, la salida de mamá de la ducha ha sido tremenda. No solo estaba coja, buscando su chancla, sino que, además, mientras ella se duchaba, yo tumbé la papelera del baño y repartí todos los papeles y las toallitas sucias por el suelo, e, incluso, mamá me sacó de la boca un revoltijo de papel que yo estaba saboreando. Y, luego, cuando ella recogía mis juguetes para que Lola no se tropezara, yo los sacaba otra vez para jugar; mamá por un lado y yo por el otro. Lola es un robot que se dedica a barrer cuando no estamos, y, algunas veces, friega el suelo también cuando estamos en casa, porque dice mamá que yo pongo todo perdido con las patitas mojadas. A Sofía Lola no le hace ninguna gracia. Se sube a los sitios y la mira desde allí hasta que se va a limpiar a otra parte y no está tranquila hasta que se para. A  mí no me importa, yo correteo alrededor e intento que juegue conmigo, pero no se deja. Yo creo que Lola ni me ve, ni a Sofía tampoco, pero Sofía no lo sabe y por eso sigue subida en los sitios mientras Lola anda por ahí.

Diario de Pepín. Día 11

Mamá, Sofía y yo nos levantamos muy temprano, pero Sofía no sale con nosotros a dar una vuelta. Ella se queda repanchingada en la cama de mamá y espera a que volvamos. Cuando salimos a la calle, solo pasan una o dos personas que van a lo suyo; el hombre del kiosko está abriendo y, algunos días, hay una mujer que espera para llevarse un periódico. Los bares suelen estar cerrados, pero, si volvemos por el mismo sitio, a la vuelta ya hay alguno abierto y huele a café. Yo insisto en entrar, pero mamá tira de la correa. Nos  cruzamos también con algún chico que va corriendo y sudando, con zapatillas de deporte y pantalón corto, pero que se nota que no va a ningún sitio; un poco como yo, que corre por correr. Y luego están los otros, los que van caminando mucho rato pero sin moverse del sitio; se ponen enfrente de la cristalera y ven la calle, y me ven a mí y a mamá pero tienen cara como de no vernos, y están todo el tiempo dale que te pego. Yo también quiero entrar, pero mamá dice que un perro no pinta nada en un gimnasio.

Diario de Pepín. Día 10

Hoy, mamá no salió coja de la ducha y se quedó muy sorprendida, así que yo moví el rabo y las patitas,  y los dos, tan contentos.

Todas las mañanas yo espero a que ella acabe de desayunar para salir a dar una vuelta, y no sé si es que hoy tardaba más de lo normal o es que yo había bebido mucha agua, pero no pude resistirme y me fui al empapador del balcón. Y mamá me hizo cariñitos porque no le había manchado el piso de pis.

A mí me gusta mucho salir por las mañanas, porque hace fresquito y hay muchísimas cosas para oler sin que me estorbe la gente. Luego ya me canso de dar brincos y remoloneo, pero mamá pone tensa la correa y me obliga a ir a su lado. Cuando yo sea grande tendré más fuerza que la correa de mamá y, además, entonces ella me dejará suelto en el parque porque ya no tendrá miedo de que vaya a perderme.

Por la noche, antes de acostarnos, volvemos a salir. Yo estoy muy a gusto en el sofá pero ella se empeña porque dice que así aguanto la noche entera. Luego ya, cuando me veo en la calle estoy contento de haber salido porque, además, pasan muchos chicos y chicas que me dicen cosas bonitas, y se paran a mirarme y a hacerme cariños. Y uno se siente muy bien cuando le hacen cariños.