Diario de Pepín. Día 19

Dice mamá que cuando ella no está me revuelvo mucho. Ella salió muy pronto por la mañana, sin mí, y, a mediodía, vino el chico de la gorra y me sacó a dar una vuelta y a que hiciera mis cosas en la hierba. Mamá volvió por la tarde, tarde, y, en ese tiempo desde mediodía, conseguí subirme al sofá sin ayuda, y, desde el sofá, pude alcanzar los muñecos que mamá tiene encima del respaldo y me llevé un par de ellos hasta mis camitas. También arrastré, como pude, una oveja blanca que sujeta la puerta de su dormitorio, que es muy pesada porque está llena de tierra, y el enorrrrrme león de peluche que está sobre su cama. Ella no se dio cuenta al marcharse, pero una de las patas del león asomaba por el borde y, aunque yo no alcanzo a subirme, sí alcanzo a tirarle un bocado y bajarlo de allí. Además me dio tiempo a llevarme un vestido, una camiseta y cinco zapatos. Si mamá no estaba, al menos tener algo suyo lo más cerca posible.

El zapato izquierdo

Miró de nuevo, fijándose en los detalles. Y, de nuevo, se dio cuenta de que el pie que tenía delante era un pie derecho. Y él era un zapato para el pie izquierdo.

Todo a su alrededor eran zapatos caminando por las aceras, por los pasos de peatones, sobre la hierba o subiendo y bajando escaleras. Ahora sí, ahora no, el zapato izquierdo y el otro, el que faltaba. El otro, el que sobraba, el que le hacía sentirse anormal, minusválido e inútil.

Pasó un año olvidado en el armario, dos días dentro de un contenedor de ropa para reciclar, y otro más en la bolsa de deporte del hombre que lo sacó de allí. Al día siguiente, el  hombre caminó a grandes zancadas sobre su único pie, flanqueado por dos muletas con tacos de goma. Y  su zapato izquierdo, ahora sí, ahora también, pisó charcos como si fuera un crío, esquivó excrementos de perro y subió los escalones de dos en dos. Si hubiera sido por él, ni siquiera habrían vuelto a casa cuando cayó la noche, pero los pies, ya  se sabe, son algo blandengues y nunca están a la altura de las circunstancias.