Esto del confinosequé no me gusta nada. Esta mañana, una mujer nos ha mirado a mamá y a mí como si la calle fuera suya. ¡Ojalá mamá me encontrara un abrigo que fuera de color transparente y solo pudiera verme ella cuando salimos a hacer pis!
Hoy, cuando ha llegado de trabajar yo estaba vomitando. Mamá creyó que me había comido alguna caca de Sofía y por eso tenía mala la tripa, pero después ya fue viendo más cosas. Cuando empecé a estar mal, yo estaba en la cama, acostado con los peluches, los aparté y vomité sobre el edredón, pero a ellos no los manché, y, después, viendo el destrozo, me fui al sofá (nuevo) del salón, pero entonces me entraron unas ganas terribles de hacer caca y antes de poder bajarme al suelo, y hacer caca allí, tuve que hacer un poco en el sofá –sobre la toalla que había dejado mamá para que no se lo llene de pelos-.
Mamá, a medida que iba viendo el desaguisado de habitación en habitación, solo decía “¿qué ha pasado?” y yo la miraba agachando las orejas. Y ni siquiera me riñó, me acarició la tripa y me dijo que no tenía que comer cacas de Sofía, aunque después, más bajito, dijo “a ver si nos hemos pasado con el kéfir”. Luego, ha cambiado la toalla del sofá y me ha tapado con una mantita para que no me quede frío. Mi mamá es la mamá más buena del mundo.
