Diario de Pepín. Día 113

Dice mamá que ya voy siendo persona, que se nota que pronto voy a cumplir un año. Supongo que lo dice porque, poco a poco, yo voy entendiendo lo que ella quiere y ella ha aprendido a pensar por delante de mí, sabiendo cómo se las puedo liar. Ahora me llama desde lejos cuando salgo disparado detrás de otro perro en el parque y, asombrosamente para los dos, vuelvo corriendo hasta ella como si fuera un loco. Digamos que todo lo hago con mucha energía, pero me va obrando un poco el juicio, eso dice ella.

Todavía me falta mejorar en lo de no lanzarme a las bicis que pasan por mi lado y a los que van corriendo por la calle, pero es que todavía me cuesta entender que, aunque se muevan, no quieren jugar conmigo. Yo me esfuerzo y mamá me lo agradece con mimos, con abrazos, y también con galletitas.

En lo que estamos completamente atascados en lo de no comer cosas del suelo. ¡Es que hay tantas! ¡Y huelen tan bien y están tan ricas! Reconozco que, en eso, como dice mamá, sigo asilvestrado. A lo mejor es que no basta con cumplir pronto un año, a lo mejor es que hay que ser muy viejo para dejar de comer cosas del suelo y por eso yo no puedo sujetarme; que yo veo que hay perros por la calle, muy tranquilos, que pasan al lado de los trozos de bocadillo o de restos de patatas fritas y, como si nada; y yo salgo como una flecha en cuanto me llega el olor. A lo mejor, con un poco de tiempo, consigo escuchar a mamá todas las veces que me dice “no”, porque ahora, la verdad, hay muchas veces que ni me entero.

Diario de Pepín. Día 81

Algunos días no tengo fuerzas para cenar. Llego tan reventado del parque que solo quiero sofá; bebo unos tragos inmensos de agua, espero a que mamá me quite el arnés y me limpie las patitas y me enrosco en el sofá esperando a que ella se siente conmigo después de cenar. Y es que, en el parque, corro sin conocimiento. Corro detrás de alguno de mis amigos como si tuviéramos que dar la vuelta al mundo en una tarde, o delante, como si huyera de un fuego. El caso es correr como corren las liebres escapando de un galgo, porque también hay galgos en el parque, y también corro delante o detrás de ellos; ¡cómo no voy a cansarme!  

Yo creo que en este mundo debe haber varios modelos de felicidad. Una de las mejores es saber que está mamá, y que me quiere tanto que nunca va a abandonarme, y estar con ella es una de las cosas más bonitas que pueden pasarme; y otra diferente  es correr y correr y correr como si no hubiera un mañana. Esta felicidad también es muy buena, pero es mucho más cansada.

Diario de Pepín. Día 68

¡Hala, cómo he corrido! Hemos ido al parque, pero cuando no parece el mismo parque, porque está lleno de gente. Mamá me ha soltado y había allí ya otros cuatro perros que se notaba que se conocían de antes. Yo he observado un poco al principio, como hago siempre que oteo un perro de lejos, y luego… ¡a la batalla! Dos perros eran grandotes, pero ya he visto yo que, generalmente, los perros grandes ni se enfadan ni nada, y otros dos eran más pequeños –más grandes que yo, por supuesto, pero más pequeños que los otros-. Bueno, pues uno de los pequeños, que, además estaba muy gordo, venga a ladrarme y a no dejarme en paz. Su papá decía que quería jugar, pero yo no estoy tan seguro, porque yo también quería jugar y no había forma. Total que yo me metí entre los grandes, venga a correr y a correr y no me alcanzaban y, cuando me vi apurado, me subí al muro de piedra y me metí entre las piernas de los señores, que seguro que allí no iban a hacerme nada. Luego llegó también el papá de Cayetana, que es mi amiga enorme y negra, y nos dio una galleta a cada uno, y otro papá con un perro chico que se llama Pirata, pero a ese yo no lo conocía de antes y casi no me dio tiempo a olerlo porque nos marchamos en seguida.

Uno de los papás dijo que yo era un perro muy espabilado. Mamá sonrió y dijo que yo era muy listo.

Diario de Pepín. Día 67

Por las mañanas correteo muchísimo porque, cuando salimos a caminar, apenas hay gente en la calle, aunque sí que me encuentro con perrillos que salen a dar una vuelta, como nosotros. Incluso me encuentro con los  mismos perros y  nos saludamos y nos olemos y damos unas vueltas alrededor de la correa. Lo peor es que, por la mañana, huele a cosas de comer en muchísimos sitios; en el parque, alrededor de las papeleras, en la calle, donde ahora no hay mesas ni gente pero por la tarde sí; y quedan en el suelo muchos trozos de pan y de bocadillos y de bolsas de fritos que huelen de maravilla… y mamá no me deja coger nada. Me va riñendo y dando tirones todo el tiempo y, cuando puedo hincarle el diente a algo, me mete los dedos en la boca para sacármelo. Solo me deja coger algún vaso de plástico, que se dobla cuando lo muerdo, y puedo corretear un rato con él en la boca. Entonces voy feliz, más chulo que un ocho, y la gente me mira sonriendo.

El parque, ahora, está desierto, solo podemos entrar y salir de él por un sitio que no tiene alambrada. Da gusto corretear y oler sin que nadie te distraiga. Me concentro tanto en el trabajo que, de vez en cuando, tengo que levantar la cabeza para ver si mamá se ha perdido. Menos mal que ella me espera.

Diario de Pepín. Día 65

Mamá dice que me puede el ansia; y yo creo que tiene razón. Cuando llego a casa, a mediodía, busco como un desesperado a Sofía para perseguirla por casa y jugar con ella. Me pueden tanto las prisas que la mitad de las veces no me doy cuenta de que ella está subida en el taquillón de la entrada y ni siquiera la veo porque entro como un toro, sin levantar la cabeza. Entro como una bala y me pongo a buscarla por las habitaciones mientras ella está tan tranquila. Eso sí, cuando la veo, echó a correr detrás de ella, o, según se tercie, porque, a veces, se frena en seco y le paso por encima.

Pues, en una de estas, ella corrió a esconderse debajo de la cama y yo, que no me meto debajo porque me saca las uñas y no tengo espacio para escapar, me pasé de frenada y me subí  encima. Encima de la cama. Y mamá estaba allí, observando lo que hacíamos con unos ojos como platos.  Yo quise disimular pero mamá se echó a reír y me dijo que era un sinvergüenza y que ya no iba a dejarse engañar.

La verdad es que me gusta poder llegar yo solo a los muñecos y, además, como Sofía se sube a la cama para escapar de mí, pues así un sitio menos que tiene; pero me gusta más que todas las noches mamá me coja en brazos y me suba a la cama para dormir con ella. Y, eso ya, no sé…

Diario de Pepín. Día 56

Esta noche hemos dormido los tres en la cama, mamá, yo a su lado con la cabeza apoyada en su hombro, y Sofía a sus pies. Y, antes de dormir, vi a Sofía colocarse, por primera vez, en su camita de tela azul. En los dos meses que llevo yo en la casa, ni siquiera se había acercado a ella, y eso que era suya. Debía pensar que yo no la dejaba. Creo que, al final, seremos buenos amigos.

Esta mañana he jugado con Max. Nuestras mamás nos dejaron sueltos porque, si no, preparamos un barullo con las correas imposible de arreglar, y estuvimos corriendo un rato. Me he dado cuenta de que los perros pequeños tenemos una ventaja, y es que nos podemos meter  por sitios donde ellos no caben. Muy grandotes, muy grandotes, pero nosotros podemos ir por donde ellos van y también por donde ellos no pueden ir; además, a la hora de correr, no me gana nadie. Eso sí, cuando yo veía que él me iba a alcanzar, yo empezaba a chillar como si me pegara y, entonces, su mamá le reñía y Max se frenaba un poco. Vamos, que no hace falta ser más grande para ser más listo.

Diario de Pepín. Día 33

Hoy mamá se llevó un buen susto. Al salir de la oficina nos encontramos con un perrito que es muy mayor pero que es muy pequeñito, mucho más que yo, y que, aunque yo quiero que seamos amigos, él no tiene muchas ganas. Bueno, pues como yo me entusiasmo tanto empecé a dar brincos y brincos y se me soltó la correa porque medio rompí el mosquetón. Yo, con el entusiasmo, salí corriendo sin darme cuenta de que no estaba en el parque y de que en la calle hay muchos peligros para perritos como nosotros porque pasan coches sin mirar. Menos mal que mamá me alcanzó; bueno, cuando ella me llamó yo me frené, por eso me alcanzó.

Mamá me riñó un poco, pero también me cogió y me abrazó y yo me sosegué del todo, porque, cuando mamá me abraza, yo siempre me sosiego.

Diario de Pepín. Día 26

Mamá me ha dicho, muy seria, que si no paro quieto en la cama, vuelvo a dormir en la alfombra. Y es que, cuando se sube Sofía, yo no puedo estarme quieto y nada más, tengo que mirar a ver qué hace ella –que no hace nada, la verdad- y a ver dónde está por si puedo jugar con ella un poco. Me veo en la alfombra otra vez.

Hoy he vuelto a ver al loco de Max. Es que tiene mucha fuerza, que yo he visto perros más grandes que él en el parque y son mucho más tranquilos, y me huelen, y ya está. Dice la mamá de Max que es un cachorro todavía, pero también soy yo un cachorro y no mareo tanto. Hoy nos han soltado a los dos y hemos pasado un ratito bien y, a pesar de que yo soy mucho más pequeño y mis patas son muy cortitas, siempre lo he alcanzado corriendo. Max corre mucho más desparramado, pero yo corro mucho más rápido. Estoy muy contento. Luego ya Max se revolvió con tanto juego y yo me metí entre las piernas de su mamá para que me dejara un poco en paz. Ella le gritaba “siéntate, Max, siéntate” y le empujaba el culo hacia el suelo, pero él, como si no la oyera. Su mamá dijo que algunas veces le hacía caso, “cuando le da la gana”, dijo. Yo me porto mejor que Max, porque mamá me gritó “No” cuando iba suelto por el jardín y me acercaba a la zona de los coches y yo me paré, la miré y corrí adonde ella estaba.

Diario de Pepín. Día 11

Mamá, Sofía y yo nos levantamos muy temprano, pero Sofía no sale con nosotros a dar una vuelta. Ella se queda repanchingada en la cama de mamá y espera a que volvamos. Cuando salimos a la calle, solo pasan una o dos personas que van a lo suyo; el hombre del kiosko está abriendo y, algunos días, hay una mujer que espera para llevarse un periódico. Los bares suelen estar cerrados, pero, si volvemos por el mismo sitio, a la vuelta ya hay alguno abierto y huele a café. Yo insisto en entrar, pero mamá tira de la correa. Nos  cruzamos también con algún chico que va corriendo y sudando, con zapatillas de deporte y pantalón corto, pero que se nota que no va a ningún sitio; un poco como yo, que corre por correr. Y luego están los otros, los que van caminando mucho rato pero sin moverse del sitio; se ponen enfrente de la cristalera y ven la calle, y me ven a mí y a mamá pero tienen cara como de no vernos, y están todo el tiempo dale que te pego. Yo también quiero entrar, pero mamá dice que un perro no pinta nada en un gimnasio.