Lectura con Pepín

Pepín me mira

cuando me pongo a leer;

yo creo que se extraña,

al fin y al cabo

no lo hago a menudo.

Pepín se tumba en el sofá

pegado a mí,

y me mira de vez en cuando, sin moverse;

luego parece dormir un poco,

me mira otra vez,

estamos ahora en dos mundos diferentes,

y se separa un poco de mí.

Y me mira a menudo

para ver si ya he vuelto.

Apariencias

La mujer habló con la madre y, cuando terminó, se dirigió a la hija, una muchachita de unos 8 o 9 años, que había permanecido a su lado, discretamente callada y observando.

-¿Cómo te llamas? Dijo la mujer, y esperó la respuesta.

La niña, levantando apenas los ojos, dijo: Noa.

-¡Qué bonito! Contestó la mujer, entusiasmada. Y lo repitió de nuevo, para que no hubiera lugar a dudas.

La niña, quizás no, pero las dos mujeres sabían que, de haberse llamado Robustiana, la respuesta habría sido la misma. Y el entusiasmo, también.

Diario de Pepín. Día 100

Yo creía que hoy sería un día normal de oficina, pero no. Hemos salido por la mañana como si fuera domingo, más tarde y más rato. A mí eso me gusta, me gusta mucho porque puedo olfatear más tiempo y por más sitios y, además, hay poca gente en la calle. Que a mí, ver muchos pies y verlos muy cerca me da un poco de miedo y, cuando me quiero dar cuenta, tengo las orejas gachas y el rabo entre las piernas.

Después mamá me ha hecho entrar en el coche a rastras porque yo no quería. No es que no quisiera ir a ver a los abuelos, no; que siempre se ponen muy contentos de verme y me dan pedacitos de pan, es que no me gusta que el coche se mueva tanto. A mí me gusta moverme yo. Entre unas cosas y otras apenas he dormido, porque dormir en el coche no es dormir, que bastante tengo yo con no marearme.

Y después, que mamá parecía hoy incansable, hemos ido a un sitio que tampoco me gustaba, incluso mamá me cogió en brazos porque se daba cuenta de que tenía miedo. Los que estaban allí debían ser amigos suyos; yo no los conocía pero ellos sí me conocían a mí, no sé cómo. Mamá estuvo viendo las cosas que había y dijo que todas eran muy bonitas y que iba a volver otro día sin mí, para estar más tranquila. Buf, menos mal, porque, entre el miedo y el cansancio yo ya sólo pensaba en dormirme en el sofá.

Diario de Pepín. Día 74

No estés triste, mamá. Esta vez no he llorado cuando saliste de casa con la maleta. Me dijiste que vendría a buscarme el chico de la gorra y, efectivamente, llegó a media tarde y me llevó con él. Su gata no es como Sofía, se asusta mucho de mí, pero yo creo que es que me ha visto poco. Si tuviera que volver pronto con él seguro que ya sería diferente.

Yo estoy bien, mamá. Yo sé que te gusta que me suba al sofá y me pegue a ti y apoye mi cabecita en tu muslo, que me acueste en tu cama y que me ponga de manos en el borde del colchón para que tú me subas – los dos sabemos que alcanzo a subir yo solo pero te gusta cogerme-, y que me ponga en la almohada hecho un ovillo y coloque mi cabeza sobre tu mano cuando te estás quedando dormida. Pero hoy no puede ser, mamá, a mí también me gustaría estar contigo -siempre voy a estar contigo-, pero algunas veces tendrás que irte sin mí. Y yo te esperaré. No dudes que yo te esperaré, ¿vale? Yo te quiero muchísimo, mamá, y por eso quiero que no estés triste. Mientras te espero, te mando un besito de buenas noches, mamá. Que duermas bien y sueñes conmigo.

Diario de Pepín. Día 70

Reconozco que lloré; pero solo un poco. Es que vi remover de maletas, aunque era otra maleta más pequeña que la que mamá preparó las otras veces, y mamá me sacó muy temprano a la calle – muy, muy temprano-, pero no fuimos después a la cochera. Volvimos a casa, mamá me dio un beso, cogió esa maleta pequeña y se marchó. Y yo me quedé llorando detrás de la puerta. Yo sé dónde he nacido, pero procuro no acordarme del monstruo ese del abandono; de hecho, ya no sueño con él y tiene la cara tan borrosa que ya no lo reconozco, pero cuando se fue mamá se me vino a la memoria y empecé a gañir casi sin darme cuenta.

Después, cuando ya era muy de día, vino a buscarme el chico de la gorra y me llevó con él a la oficina, me puso la mantita y los juguetes en su despacho y hasta me sacó al parque. Él me saca de distinta manera que mamá, pero yo disfruto lo mismo; el parque es el parque y hay que aprovecharlo.

Mamá volvió por la tarde y ya no nos separamos en todo el rato.

Diario de Pepín. Día 66

Ya estoy bien, pero he tenido mala la barriga. Mamá tiene razón cuando dice que no hago más que comer guarrerías, y algo comí que me hizo daño. Por la noche me puse muy revuelto y tuve que hacer caca aunque no eran horas ni nada. Así que me levanté de la cama y me fui a hacer caca en la ducha. Mamá no me riñó, solo dijo que había cagado una tirita, y que menos mal que la había cagado. Luego ya me he entrado hambre y he estado bien.

Diario de Pepín. Día 60

Estoy cansadísimo. Para ser domingo, estoy mucho más descansado cualquier día de los que voy a la oficina. Esta mañana hemos ido hasta el río, que ya es un camino largo, y había más gente que las otras veces; estaban poniendo cintas de plástico a lo largo de todo el camino pero mamá no me dejó morderlas. Mamá dijo que iba a haber una carrera. Luego seguimos un poco más lejos y mamá echó pienso del que Sofía no quiere -Sofía es muy escogida para la comida- a un montón de gatos que había por allí. Había un gato que solo tenía un ojo y todos tenían mucha hambre, porque se acercaron en seguida a comer, sin asustarse de nosotros ni nada. Pero mamá tampoco me dejó acercarme a ellos. ¡Y mira que insistí!

Al volver a casa yo me he tumbado en la camita nueva que nos trajo ayer mamá. Nos gusta mucho a los dos, a Sofía y a mí, pero no nos tumbamos los dos a la vez porque, aunque cada vez nos llevamos mejor, conviene no ir muy de prisa. Yo he estado tumbado todo la mañana, menos las veces que he ido a ver a mamá, pero ella ha estado todo el tiempo haciendo cosas en casa, incluso ha cambiado los muebles de sitio en una habitación. Se ha pegado tal paliza que hasta yo me he cansado. ¡Menos mal que después los dos nos hemos dormido la siesta en el sofá!

Diario de Pepín. Día 59

¡Mira si me querrá mamá que esta tarde ha estado cosiendo los peluches que yo había destrozado! Y es que mamá odia coser desde que la obligaban a hacerlo por ser una niña. Mientras ella cosía yo me tumbé a su lado en el sofá y de vez en cuando metía la cabeza para llevarme los muñecos, pero ella no me dejaba hasta que estuvieron perfectos otra vez. Yo no me moví de allí en todo el tiempo. Lo menos que podía hacer era acompañar a mamá en esa odiosa tarea. ¡Y luego, a morderlos otra vez!

Diario de Pepín. Día 58

Dice mamá que, antes de estar yo, salía de la oficina y se iba a casa, algunos días muy cansada. Y ahora que estoy yo, aunque llegue muy, muy cansada, tiene que sacarme un rato a la calle para que haga pis. Y dice también que, por eso mismo, yo soy importante; porque no todo es trabajo. Yo hago lo que puedo: siempre la recibo dando saltos de alegría y siempre quiero estar con ella. ¡Ah, y siempre intento portarme bien!. A veces no me sale, pero yo lo intento.

Diario de Pepín. Día 47

Yo creo que los cachorros no sabemos ir hacia adelante todo el rato. Acabamos recorriendo unos caminos larguísimos pero siempre nos desviamos, oliendo y buscando algo que llevarnos a la boca. Pues yo creo que pasa lo mismo con las cosas que vamos aprendiendo; que, cuando llevamos tres o cuatro días haciendo pis en la calle, de pronto no aguantas las ganas y lo haces en casa. Siempre igual, tres pasos hacia adelante y, de pronto, uno hacia un lado. O hacia atrás. Pero, al final, siempre vamos hacia adelante. Eso es lo que importa.