Diario de Pepín. Día 11

Mamá, Sofía y yo nos levantamos muy temprano, pero Sofía no sale con nosotros a dar una vuelta. Ella se queda repanchingada en la cama de mamá y espera a que volvamos. Cuando salimos a la calle, solo pasan una o dos personas que van a lo suyo; el hombre del kiosko está abriendo y, algunos días, hay una mujer que espera para llevarse un periódico. Los bares suelen estar cerrados, pero, si volvemos por el mismo sitio, a la vuelta ya hay alguno abierto y huele a café. Yo insisto en entrar, pero mamá tira de la correa. Nos  cruzamos también con algún chico que va corriendo y sudando, con zapatillas de deporte y pantalón corto, pero que se nota que no va a ningún sitio; un poco como yo, que corre por correr. Y luego están los otros, los que van caminando mucho rato pero sin moverse del sitio; se ponen enfrente de la cristalera y ven la calle, y me ven a mí y a mamá pero tienen cara como de no vernos, y están todo el tiempo dale que te pego. Yo también quiero entrar, pero mamá dice que un perro no pinta nada en un gimnasio.