Diario de Pepín. Día 17

Hoy la cartera ha preguntado por mí. Yo estaba adormilado en mi rincón del despacho y no quise salir a saludar porque, por la mañana, me habían vacunado de la rabia. Cuando entramos en la clínica me acordé de las otras vacunas y empecé a protestar, pero no me sirvió de nada. La verdad es que luego se me pasa en un momento, pero tengo que dejarles claro, a mamá y a la veterinaria, que no me gusta que me pinchen. Mamá dice que peso 3 kg y 700 gramos, y la veterinaria dice que no voy a crecer otro tanto como lo que ya he crecido. Y eso le gustó mucho a mamá. La veterinaria, que habla como si sonara una música suave, nos invitó a sentarnos mientras ella escribía en el ordenador y en mi cartilla y mamá me tuvo cogido todo el tiempo. Yo no moví ni pata ni oreja, no fuera a ser que me bajara de allí.

Perros grandes y bonitos hay muchos pero yo creo que, si sigo siendo un perrito pequeño y con esta forma mía de mover las orejotas (se me dan la vuelta cuando pego saltos), de sentarme en la calle como si fuera un perrazo y de mirar con una mirada casi humana seguiré llamando la atención cuando voy por la calle. Aunque, de verdad, de verdad, lo que yo quiero es que mamá me abrace siempre, y me suba al sofá para echarme a su lado, y me deje su ropa o su zapatilla cuando se va, para que se quede conmigo un poquito.

Diario de Pepín. Día 5

Esta mañana, cuando hemos salido a pasear, en los jardines estaba lloviendo desde abajo, y dos palomas se metían bajo el agua y separaban las plumas para mojarse. Pero yo no soy una paloma, y no me gusta pisar los charcos que se forman en la calle. Por eso me paré al borde y mamá tiró de mí hasta que me mojé, porque no había por dónde pasar si no era por encima.

Hoy me ha llevado a otro jardín diferente, yo creo que ella se aburre de ver todos los días el mismo, pero yo no porque cada vez hay algo nuevo o se puede mirar desde más cerca. El caso es que venía un hombre hacia nosotros, andaba despacio y llevaba un bastón, y, al llegar adonde estábamos, me ha mirado y le ha dicho a mamá “¡seguro que lo lleva para defensa personal!” y se ha reído. Yo creo que se ha reído de mí, pero, como mamá no se ha enfadado, y también se ha reído, supongo que no  lo ha dicho de malas.

Luego, mamá me ha llevado otra vez a la veterinaria. Siempre es lo mismo, se mete unos tubos largos en las orejas y me pone una cosa en el pecho, me toca los huevos y me pincha. Yo no me quejo porque me hago el grande, pero no es una cosa para disfrutar. Mamá dijo que pesaba 3 kg y 100 gramos y la veterinaria dijo que se veía desde el principio que yo era muy listo. Hoy no, pero el próximo día que vuelva a verla le voy a hacer unos mimos.

Aunque yo soy muy listo, no puedo cambiar mi naturaleza de perro, y, al entrar en casa, antes de que mamá se diera cuenta, salí corriendo hasta el arenero de Sofía y me metí sus cacas en la boca. Es que, las cacas de Sofía huelen muy bien, como una golosina de las ricas, pero mamá se puso a reñirme y yo las solté y ella las recogió con un papel y me dijo, muy seria, que me iba a lavar la boca con jabón. No sé muy bien qué es eso, pero sonó mucho peor que ir a la veterinaria.