Diario de Pepín. Día 99

Sofía es un poco rarita, o, a lo mejor, es que los gatos hacen cosas raras. Cuando mamá está en el baño, se sube al lavabo para beber agua del grifo. Que luego, la muy tonta, bebe tanta, que, a veces, vomita. El caso es que también bebe del bebedero donde bebo yo. Yo creo que lo del grifo lo hace por darse importancia, para que yo vea cómo es capaz de subirse a los sitios y yo no. Cuando Sofía bebe del bebedero mete primero la mano, y, cuando se la moja, la sacude y luego ya bebe. ¡Como si no supiera que está lleno de agua limpia, que por eso no la ve, porque está limpia y es transparente!

Otra cosa que hace Sofía es salir corriendo al rellano de casa cuando nosotros vamos a salir. Que ella ya sabe que no puede salir a la calle, pero se da una vuelta hasta las escaleras y luego vuelve. Lo que pasa es que, de vez en cuando, intenta subirse a otro piso y nosotros tenemos que estar muy atentos para no dejarla hacer, que luego le da miedo y empieza a maullar y se pone en la puerta que está encima de nuestra casa, como si se le olvidara que ha subido. Los días normales se conforma con dar una vueltita, pero muy lenta, tanto que, si no es por mí, que la meto en casa a la carrera bajo amenaza de subirme encima, nos quedaríamos nosotros sin salir por su culpa, nada más que mirando cómo ella se pasea en nuestras narices.

Lo de las siestas ya lo hemos arreglado; al final yo me quedo entre las piernas de mamá, debajo de la manta, y ella se sube sobre su pecho, mirándola a la cara, y sobre la manta. Así los dos sabemos que estamos, pero, al no vernos, es como si se nos olvidara en seguida.

Diario de Pepín. Día 98

Mamá se ha enfadado conmigo y me ha reñido mucho. Dos veces. Ayer y hoy.

Es que hay veces que no puedo remediarlo y, aunque yo sé que a mamá no le gusta que haga algo, pues no puedo menos y lo hago.

Mamá estuvo cambiando de sitio algunas macetas y, aunque eran las mismas de siempre, para mí fue, de pronto, como si nunca hubieran estado allí y fueran unas recién llegadas. Total, que no pude menos que dejarme llevar y comerme la raíz de una –que olía divinamente- después de sacarla de la tierra, claro. Mamá vio en seguida algo de tierra en el suelo y empezó a mirar por todas partes como si estuviera buscando un rastro. Primero vio la tierra en el sofá, y a mí encima, que estaba tan a gusto que no la vi llegar, y luego vio un trozo de raíz sobre la cama, que me dijo que cómo era posible que, en tan poco tiempo, fuera yo capaz de armar tanto. Se enfadó mucho y me echó del sofá, y me tuvo un rato muy grande –eterno-, en la camita de fuera mientras ella y Sofía estaban en la sala.

Eso fue ayer, después, cuando a mamá se le pasó el enfado y yo ya había pensado mucho sobre lo que había hecho, ya todo fue muy bien. Por si acaso, estuve toda la tarde un poco cabizbajo –hasta que nos fuimos al parque y ya se me olvidó- que no quiero que mamá se piense que me tomo estas cosas a la ligera, pero hoy, mamá volvió a andar con macetas en el balcón y… no me pude resistir. Y vuelta a empezar.

Diario de Pepín. Día 97

Podría decirse que tengo una pandilla. Todos los días, a última hora de la tarde, mamá y yo vamos al parque, y, mientras ella habla con los papás de los otros perros, nosotros corremos y jugamos sin parar. Bueno, la verdad es que mamá me suelta la correa a la entrada del parque y yo salgo corriendo como si no hubiera un mañana, tan de prisa que mamá no puede alcanzarme y llega mucho después que yo. Todos los papás me conocen ya y me saludan al verme y ya saben que mamá llegará después.

Max, Chico, Nieve, Pirata, Rayas, Browni, Boni, Bico, Escapi y Thor no fallan nunca. Yo soy el más pequeño, pero a ninguno le importa y, si toca correr, pues corremos igual que si todos fuéramos como Rayas, que es un galgo enorme. Casi siempre al final, llega Cayetana y algunos días también Gala, que es el perro más grande que yo haya visto nunca –dice mamá que es una perra mastín-. Flavia, Colate y Nora están algunos días, y a mí me gusta jugar, sobre todo, con Nora porque es la más parecida a mí en tamaño y podemos pasarnos horas –si nos dejaran horas- jugando a mordernos las orejas y el cuello. Nora también es adoptada, como yo, y, cuando ya es tan de noche como ahora que es casi invierno, su mamá y la mía nos vigilan gracias a que Nora tiene un abrigo rosa y yo uno rojo; así ellas nos ven cuando nos perdemos en medio de toda la pandilla. Jugamos tanto que Nora acaba con el abrigo todo desabrochado y yo con el mío todo lleno de barro. Supongo que a ella le pasará como a mí, que, de pronto, según vuelvo para casa, estoy deseando ya subirme al sofá y quedarme dormido. Aunque todavía queda eso de que mamá me limpie las patitas con una toallita –y hasta la barriga- porque dice que así no me puedo meter en la cama.

Diario de Pepín. Día 96

Dice mamá que ya ha caído la primera helada del invierno, sin ser invierno. Yo, hasta ahora, no sabía lo que era eso del invierno, pero ahora ya sé que quiere decir ese frío que me saca lágrimas de los ojos cuando ando por la calle. Yo no puedo ver los tejados de la ciudad porque soy bajito y, además, casi siempre voy mirando al suelo buscando qué olfatear, pero dice mamá que algunos tejados están blancos. Lo que sí he visto, y he probado –aunque mamá no me deja chupar- son unos granos blancos sobre el suelo mojado. Eso debe ser también cosa del invierno, como el abrigo rojo que mamá me pone desde hace días cada vez que salimos a la calle, que, bien es verdad, yo no lo quería al principio e, incluso, cuando me lo quita en casa, la ayudo a quitármelo mordiendo por un extremo para tirar de él, pero también es verdad que, el otro día, que llovía bastante, yo no quise salir hasta que mamá me lo puso, que parecía que estuviera dudando y maldita la gracia que me hace a mí ponerme pingando de agua.

Además de esto del invierno, ha pasado algo extraordinario. Yo estaba comiendo un poquito de yogur que mamá me había puesto en el comedero pequeño y, cuando quise darme cuenta, Sofía estaba a mi lado, tan tranquila, bebiendo agua. Yo hice como que no me enteraba porque, si le digo algo, con la alegría que me dio, sale pitando a subirse a algún lado donde yo no la alcance. A ver si, al final, vamos a acabar siendo amigos… aunque aún es pronto, porque hace unos días me subí encima de ella para abrazarla y tardó nada y  menos en salir corriendo. Lo que sí hemos conseguido es dormir la siesta con mamá –Sofía en su pecho y yo en sus piernas- aunque, para eso, mamá tiene que repartir sus manos y tocarnos a los dos a la vez todo el tiempo. Y parece mentira, pero conseguimos dormir un ratito.

Diario de Pepín. Día 95

A mí me gusta corretear por la calle y oler las esquinas y los árboles, supongo que como a todos los perros. Lo que no me gusta es entrar en algún sitio cerrado y con gente. Por eso no me gustan las tiendas; aunque dejen pasar a los perros, no me gustan nada; incluso, a veces, mamá tiene que cogerme en brazos para que me tranquilice y deje de tirar de la correa.

Pues esta mañana ha vuelto a pasar, pero ha sido diferente. Hemos salido temprano y abrigados los dos porque hacía mucho, mucho frío, y al cabo de nada de tiempo, mamá se ha empeñado en que entráramos en una casa grande –bueno, no era una casa pero lo parecía por fuera-. Yo protesté, como siempre, pero como había mucho espacio y poca gente, entré sin armar demasiado escándalo. Después mamá se ha acercado a una mesa grande llena de papeles, casi todos blancos. Para entonces yo ya quería marcharme y mamá estaba apurada porque yo era el único perro que había allí, así que me cogió en brazos. Después metió un papel blanco en un sobre blanco y escribió algo en un papel de color y lo  metió en un sobre de color y nos fuimos hasta otra mesa enorme donde estaban sentados unos señores que miraron a mamá y luego escribieron

en un papel. Una de las mujeres me miró a mí también y sonrió pero no escribió nada; solo preguntó si yo también iba a votar. Yo no lo entendí pero mamá sí que debió entenderlo porque también sonrió y le dijo que era muy importante que yo aprendiera lo que era votar. Entonces mamá metió un sobre en una caja transparente que había allí, y el otro sobre en otra caja al lado. Y nadie había mezclado los colores.

Luego nos fuimos en seguida a corretear como otros días. Yo no sé si aprender a votar es muy útil para un perro como yo pero estoy seguro de que, si es importante para mamá, también debe serlo para mí. De todas formas, un poco sí lo entendí porque mamá me dijo: “Pepín, cariño, nosotros, una veces salimos a corretear y otras nos quedamos en casa,  ¿no es verdad?. Bueno, pues lo que de verdad importa es que nadie pueda prohibirnos entrar o salir de casa ¿Lo has entendido?”  Y eso sí que lo entendí.

Diario de Pepín. Día 94

Dice la mamá de Escapi que Escapi estuvo viviendo en la calle mucho tiempo. Yo no puedo hacerme a la idea de cómo se puede vivir en la calle; sin mamá, sin juguetes, sin sofá, sin la cama calentita para dormir, sin el comedero lleno y el cacharro del agua fresca, sin yogur y sin los trocitos de manzana o las almendras que me da mamá…

Dice la mamá de Escapi que Escapi lleva seis meses con ella y aún no puede dejar comida por ahí porque él se la come en seguida, por si acaso le falta el comedero.

También dice la mamá de Escapi que ahora ya se le ve feliz, siempre contento; pero que alguna noche sueña con su vida en la calle, con todas las cosas malas que le pasaron y entonces Escapi llora de dormido. Y ella se levanta y lo despierta con un beso, y Escapi vuelve a ser feliz.

Diario de Pepín. Día 93

Mamá me ha llevado al veterinario. Yo estaba temblando, pero porque era un sitio nuevo y fuimos en el coche y hacía bastante que no me subía en él y todavía me acuerdo del día en que quise salirme cuando mamá abrió la puerta y me quedé colgando de la correa de seguridad. Temblaba porque tenía más susto que miedo, pero por el coche, que a mí, los veterinarios no me dan miedo porque mamá está conmigo y se dedican a tocarme y, como mucho, a darme pinchacitos que ni duelen ni nada. Pues no sé qué pinchazo me dio este hombre, que no me dolió pero me entró una flojera tremenda, tanta, que me quedé completamente dormido en brazos de mamá. Cuando me desperté mamá no estaba, supongo que se habría ido a trabajar, me faltaba un trozo de pelo en la pata izquierda y en la parte más baja de mi barriga tenía una raja pequeña, que no me dolía, pero la notaba. Probé a lamerla a ver si se quitaba, pero no.

Cuando mamá vino a buscarme yo estaba un poco empachoso, pero es que llevaba mucho rato con otros dos perros allí que no tenían muchas ganas de fiesta, yo creo que porque ninguno de nuestros papás estaba allí con nosotros, como cuando nos juntamos en el parque.

El veterinario estuvo hablando con mamá un rato y por fin nos marchamos, que yo, lo que quería era salir a la calle, oler árboles –que todos eran nuevos- y marcarlos. No me gusta mucho ese veterinario, no por nada, pero es que me puso una cosa en el cuello que me iba chocando en la calle con las paredes y las aceras; cada vez que iba a arrimarme, ¡zas! golpe que me daba… Menos mal que al llegar a casa mamá me lo quitó; eso sí, me miró fijamente y me dijo: “¡como te chupes la herida, te lo pongo!”. Y yo tuve muchísimo cuidado de no chuparme, excepto un par de veces que se me olvidó, supongo que porque aún no estoy lo tranquilo que el veterinario dijo que iba a estar dentro de unos días.

Ahora, mamá me lava la herida mañana y tarde, y a mí me gusta el fresquito que me da, y también me da unas pastillas que me mete en el yogur creyendo que no me doy cuenta. Pero es que a mí el yogur me encanta, solo o acompañado de cualquier cosa que mamá quiera meter en él.

Diario de Pepín. Día 92

A Inés le falta media oreja; se la arrancó otro perro de un mordisco cuando estaba en la perrera. Yo creo que, por eso, Inés no sabe jugar. Cada vez que llego, tiene que demostrar que es la que más corre, y la que más fuerza tiene, y la que más salta y, claro, yo soy pequeño, y ver a un galgo enorme que se te echa encima con las manos por delante es un mal trago. Por eso chillo con el primer revolcón y en seguida le riñen pero yo ya no me separo mucho de mamá, por lo que pueda pasar.

Cada vez me porto mejor. Cuando mamá está comiendo, o cuando trabaja en casa, yo me pongo cerca de ella, en el sofá, y espero pacientemente a que ella me dé un trocito de pan, o a que me diga que vamos a salir a pasear.

Diario de Pepín. Día 91

Los tres tumbados en el sofá somos demasiada gente. ¡Y mira que mamá tiene paciencia con nosotros! Y es que, cuando mamá se tumba para la siesta, yo me acomodo entre sus piernas. Pero luego llega Sofía y se sube sobre su pecho y se queda allí, tan tranquila, y, entonces, a mí me entran unas ganas terribles de estar donde está Sofía en lugar de donde estoy yo. Y empiezo a mirarla como si no quisiera mirarla, y empiezo a arrimarme para ver si así ella se va… pero no se va, solo rezonga, mamá se da cuenta –yo creo que se da cuenta desde el principio- y entonces me riñe a mí y me dice que siga donde estoy. Pero es que yo ya no quiero seguir donde estoy, y me bajo del sofá para que se den cuenta las dos, que Sofía ni se inmuta, y, luego, me pongo de manos en el borde del sofá para que mamá vea que quiero subirme otra vez pero hago como que  no puedo para que ella me ayude… A veces, llegados a este punto, mamá ya se echa a reír, o se enfada un poco –poco-. Total, que, al final, Sofía se baja porque le molesta que yo le huela el culo cuando está así de relajada y yo me bajo a la camita grande, por si acaso ella quiere ponerse allí.

Y mamá suspira y cierra los ojos…