Diario de Pepín. Día 110

Cuando ya crees que lo has visto todo y los paseos se limitan a comprobar que todo sigue oliendo como debe oler, vas y te llevas una sorpresa. Debe ser porque soy joven y las cosas pasan lentas  y  necesitan de más tiempo que el que yo llevo aquí. ¿Cuántas cosas me quedarán por conocer aún? No sé si a mamá, que es muchísimo mayor que yo, le quedará algo por ver aún por primera vez, pero supongo que sí, porque yo no le veo cara de aburrida.

El caso es que esta mañana la hierba era casi toda blanca. Ha habido días en los que la hierba brillaba con lucecitas diminutas, casi transparentes, y estaba dura y fría, pero hoy, no; hoy estaba blandita y blanca, cubierta de una capa de algo frío que mamá dijo que era nieve. Nieve. Yo nunca había visto la nieve, pero me gusta. Me he pasado rato y rato oliendo –nada olía igual que otros días- y metiendo las narices en la hierba, pero, en vez de comérmela como otras veces, le he pegado unos buenos lengüetazos a la nieve que la cubría. Era como cuando mamá me deja chupar un palo de helado. Mamá ha esperado pacientemente viéndome disfrutar y luego se ha reído porque hasta mi morro se ha quedado nevado por un momento. Después hemos seguido caminando, como otros días, aunque un poco más lentos, porque dice mamá que ella ya se ha caído en el hielo y no quiere repetir.

Diario de Pepín. Día 107

Yo no sé si todos los inviernos van a ser como este, pero, para ser este el primero que a mí me toca vivir, yo diría que está un poco revuelto. A lo mejor esto es lo normal y yo no lo sé porque no puedo comparar. Mamá, que conoce muchos más inviernos que yo, protesta con tanta lluvia y con tanto viento, de modo que no debe ser esto lo normal.

Ayer cerraron el parque; dijo mamá que por peligro de que cayeran los árboles. Nosotros íbamos por la acera, y de pronto, vino un golpe de viento y le dio la vuelta al paraguas de mamá. A mí no me gustan demasiado los paraguas, tienen una forma muy brusca de abrirse y  a veces me asustan, pero el de ayer me dio mucha pena. Tenía los bracitos rotos, colgando, y el vestido arrancado casi del todo. Mamá dijo que íbamos a una papelera, como cuando tiramos las bolsas con mis cacas, y yo ya me imaginé para qué. Se conoce que los paraguas son muy sensibles a esto del viento fuerte, porque en la papelera ya había otros dos desvencijados y otro en el suelo. Podría decirse que ayer vi cómo se moría un paraguas, y a otros tres ya muertos del todo. Estará orgulloso el viento de pelear con gente tan débil…

Nosotros, después de esto, aguantamos como pudimos; yo, con mi impermeable, que me tapa bastante, pero no todo, y  mamá mojándose entera por no tener paraguas. Como en la ducha pero con el agua más fuerte. Diría yo que el viento y la lluvia no son amigos de la gente y de los perros, porque así no hay quién disfrute de un paseo. Hasta yo me doy prisa en hacer caca porque me da pena que mamá se moje.

Diario de Pepín. Día 96

Dice mamá que ya ha caído la primera helada del invierno, sin ser invierno. Yo, hasta ahora, no sabía lo que era eso del invierno, pero ahora ya sé que quiere decir ese frío que me saca lágrimas de los ojos cuando ando por la calle. Yo no puedo ver los tejados de la ciudad porque soy bajito y, además, casi siempre voy mirando al suelo buscando qué olfatear, pero dice mamá que algunos tejados están blancos. Lo que sí he visto, y he probado –aunque mamá no me deja chupar- son unos granos blancos sobre el suelo mojado. Eso debe ser también cosa del invierno, como el abrigo rojo que mamá me pone desde hace días cada vez que salimos a la calle, que, bien es verdad, yo no lo quería al principio e, incluso, cuando me lo quita en casa, la ayudo a quitármelo mordiendo por un extremo para tirar de él, pero también es verdad que, el otro día, que llovía bastante, yo no quise salir hasta que mamá me lo puso, que parecía que estuviera dudando y maldita la gracia que me hace a mí ponerme pingando de agua.

Además de esto del invierno, ha pasado algo extraordinario. Yo estaba comiendo un poquito de yogur que mamá me había puesto en el comedero pequeño y, cuando quise darme cuenta, Sofía estaba a mi lado, tan tranquila, bebiendo agua. Yo hice como que no me enteraba porque, si le digo algo, con la alegría que me dio, sale pitando a subirse a algún lado donde yo no la alcance. A ver si, al final, vamos a acabar siendo amigos… aunque aún es pronto, porque hace unos días me subí encima de ella para abrazarla y tardó nada y  menos en salir corriendo. Lo que sí hemos conseguido es dormir la siesta con mamá –Sofía en su pecho y yo en sus piernas- aunque, para eso, mamá tiene que repartir sus manos y tocarnos a los dos a la vez todo el tiempo. Y parece mentira, pero conseguimos dormir un ratito.

Tráiler

Probablemente, en el español exista una palabra -o varias- para cada cosa o para cada acción. Me ha venido esto a la mente, al analizar el significado de la palabra «tráiler», porque eso era lo que antes, cuando era niña y acudía al cine de mi pueblo, y ahora, cuando ya solo peino canas y voy con muy poca frecuencia al cine, me llenaba de curiosidad y me impelía a querer ver la película entera. Ya entonces se utilizaba este anglicismo para referirse al avance que te ponían de otras películas.

Pues eso hago yo. Voy poniendo en Facebook pequeños avances de los relatos de mi libro «El corazón y la palabra», esperando que así les pique la curiosidad a los posibles lectores. Se inicia una escena y queda en el aire el desenlace o te preguntas cómo hemos llegado hasta allí.

Veamos: «Hace frío y el aliento dibuja volutas que se desvanecen poco a poco a esta hora de la mañana. Ella es pequeña, menuda, y pliega y despliega un mapa de la ciudad mientras lo mira a él, mucho más alto y tan joven como ella, y le niega algo con la voz y con el gesto…»

Ahora solo queda esperar a que alguien, muchos «alguien», se pregunte cómo sigue…

Invierno

Hace frío y el aliento dibuja volutas  que se desvanecen poco a poco a esta hora de la mañana. Ella es pequeña, menuda, y pliega y despliega un mapa de la ciudad mientras le mira a él, mucho más alto que ella y tan joven como ella, y le niega algo con la voz y con el gesto.

-¡Que no; que te digo que no, que no puede ser!

Él no responde; mientras ella habla comienza a desabrocharse el abrigo y se lo saca de encima, la sujeta suavemente por los hombros con ambas manos, la gira hasta que ella le da la espalda y le coloca el abrigo sobre el suyo. Ella sigue diciendo que no, pero se deja hacer.

Sigo caminando y les siento muy cerca detrás de mí; la escucho diciendo que hace muchísimo frío para ir así –imagino que mueve la cabeza de un lado a otro, negando aún- y él, muy tranquilo, responde que le basta con abrigarse el cuello. Me adelantan al momento, ella con el abrigo de él hasta los tobillos –¡es tan pequeña! – y él, con jersey y una gruesa bufanda anudada bajo la barbilla. Todavía le pasa un brazo por los hombros mientras caminan, muy deprisa y muy apretados, e, intermitentemente, vuelve su cabeza hacia ella y se agacha un poco para besarla en la frente.

Les veo alejarse, ajenos a mí y al resto del mundo, mientras la memoria y la ternura juegan al escondite en mi piel.

Verano

El verano nos enseñó el vello masculino censurado o semejando una barba de tres días; rosarios de venas amoratadas, como gusanos asfixiados bajo la piel, o redes de finos hilos rojizos y violáceos que se desparraman desde las corvas, arriba y abajo, como si dibujaran un mapa de ríos, afluentes y arroyuelos; pies desfigurados con juanetes y dedos que se agarrotan arqueados; uñas que alguna vez estuvieron pintadas de vivos colores y otras que perdieron la partida contra el calzado martirizador y se quedaron mermadas y contrahechas; barrigas que se escapan de las cinchas, o muslos tan ceñidos que parece que fueran a estallar … El verano es impúdico y falto de prejuicios, carente de la hipocresía del invierno, que todo lo disimula con la disculpa del frío. Todo lo disimula el invierno, para seguir siendo verano en nuestra íntima soledad.