Diario de Pepín. Día 97

Podría decirse que tengo una pandilla. Todos los días, a última hora de la tarde, mamá y yo vamos al parque, y, mientras ella habla con los papás de los otros perros, nosotros corremos y jugamos sin parar. Bueno, la verdad es que mamá me suelta la correa a la entrada del parque y yo salgo corriendo como si no hubiera un mañana, tan de prisa que mamá no puede alcanzarme y llega mucho después que yo. Todos los papás me conocen ya y me saludan al verme y ya saben que mamá llegará después.

Max, Chico, Nieve, Pirata, Rayas, Browni, Boni, Bico, Escapi y Thor no fallan nunca. Yo soy el más pequeño, pero a ninguno le importa y, si toca correr, pues corremos igual que si todos fuéramos como Rayas, que es un galgo enorme. Casi siempre al final, llega Cayetana y algunos días también Gala, que es el perro más grande que yo haya visto nunca –dice mamá que es una perra mastín-. Flavia, Colate y Nora están algunos días, y a mí me gusta jugar, sobre todo, con Nora porque es la más parecida a mí en tamaño y podemos pasarnos horas –si nos dejaran horas- jugando a mordernos las orejas y el cuello. Nora también es adoptada, como yo, y, cuando ya es tan de noche como ahora que es casi invierno, su mamá y la mía nos vigilan gracias a que Nora tiene un abrigo rosa y yo uno rojo; así ellas nos ven cuando nos perdemos en medio de toda la pandilla. Jugamos tanto que Nora acaba con el abrigo todo desabrochado y yo con el mío todo lleno de barro. Supongo que a ella le pasará como a mí, que, de pronto, según vuelvo para casa, estoy deseando ya subirme al sofá y quedarme dormido. Aunque todavía queda eso de que mamá me limpie las patitas con una toallita –y hasta la barriga- porque dice que así no me puedo meter en la cama.

Diario de Pepín. Día 85

Bro no ha vuelto por el parque. Es un perro grande de patas largas, muy juguetón y muy mimoso. Bro es todo marrón,  excepto una media luna que tiene en la paletilla izquierda, grande y sin pelo, y una raya ancha en el cuello, casi tapada por el collar. ¡Ah!, y le falta un trozo de rabo, pero se apaña muy bien para mover  lo que le queda cuando está contento. Mamá dijo que lo que no era marrón eran cicatrices.

Bro apareció un día con otra mamá diferente y dijo que se llamaba Brownie en realidad y que lo sacaba ella al parque porque sus mamás de otros días lo habían devuelto.  Otra vez. Si mamá no hubiera preguntado yo nunca me habría fijado en eso, en si era la misma mamá o era otra mamá, porque yo voy al parque y bastante tengo con correr como un loco y pedirle galletitas al papá de Cayetana, que, cuando llega, se queda quieto y en seguida le salen de los pies ocho o diez perros como yo –bueno, como yo, no, mucho más grandes que yo, pero yo me pongo de manos y llego al mismo sitio, y, a veces, hasta me da dos a mí porque le hago mucha gracia-.

El caso es que Bro, o Brownie, no ha vuelto por el parque, quizás haya encontrado unos papás en otro parque que no vayan a dejarlo nunca. Pero yo no puedo olvidarme de sus cicatrices y de su rabo cortado.