Diario de Pepín. Día 115

Mamá está muy triste; lo noto en cómo me mira. Ella sale al balcón y mira la calle desierta y, hoy también, la nieve que cae. No hay gente en la calle, apenas pasan algunas personas y yo no me encuentro con perros con los que jugar.  Me he puesto muy contento esta mañana porque, al salir a hacer pis, caían copos enormes de nieve que yo me comía nada más caer al suelo, pero luego ya también se me pasó la gracia y solo notaba el frío.

Mamá se ha ido a trabajar. Dice que va a estar sola y que, por eso, no va a contagiar a nadie y nadie la va a contagiar a ella. Pero la he oído hablar por teléfono y se le cortaba la voz cuando decía algo del esfuerzo que está haciendo mucha gente para que no  nos pase nada, para que se mueran menos personas y para que respetemos la vida propia y la de los demás (eso decía) y se le empezaron a caer unos lagrimones como yo nunca le había visto. Y también se ha enfadado mucho con un inglés –yo no sé quién es pero ella se enfadó mucho- y con “todos los indeseables egoístas” que desprecian a los demás. Eso dijo.

También dice que le da mucha pena no poder abrazar al chico de la gorra. Por eso yo me pego a ella y apoyo la cabeza en su pierna y entonces ella me abraza. A Sofía también la acaricia, porque Sofía está más mimosa que antes, debe ser que le da envidia.

Diario de Pepín. Día 110

Cuando ya crees que lo has visto todo y los paseos se limitan a comprobar que todo sigue oliendo como debe oler, vas y te llevas una sorpresa. Debe ser porque soy joven y las cosas pasan lentas  y  necesitan de más tiempo que el que yo llevo aquí. ¿Cuántas cosas me quedarán por conocer aún? No sé si a mamá, que es muchísimo mayor que yo, le quedará algo por ver aún por primera vez, pero supongo que sí, porque yo no le veo cara de aburrida.

El caso es que esta mañana la hierba era casi toda blanca. Ha habido días en los que la hierba brillaba con lucecitas diminutas, casi transparentes, y estaba dura y fría, pero hoy, no; hoy estaba blandita y blanca, cubierta de una capa de algo frío que mamá dijo que era nieve. Nieve. Yo nunca había visto la nieve, pero me gusta. Me he pasado rato y rato oliendo –nada olía igual que otros días- y metiendo las narices en la hierba, pero, en vez de comérmela como otras veces, le he pegado unos buenos lengüetazos a la nieve que la cubría. Era como cuando mamá me deja chupar un palo de helado. Mamá ha esperado pacientemente viéndome disfrutar y luego se ha reído porque hasta mi morro se ha quedado nevado por un momento. Después hemos seguido caminando, como otros días, aunque un poco más lentos, porque dice mamá que ella ya se ha caído en el hielo y no quiere repetir.

Diario de Pepín. Día 97

Podría decirse que tengo una pandilla. Todos los días, a última hora de la tarde, mamá y yo vamos al parque, y, mientras ella habla con los papás de los otros perros, nosotros corremos y jugamos sin parar. Bueno, la verdad es que mamá me suelta la correa a la entrada del parque y yo salgo corriendo como si no hubiera un mañana, tan de prisa que mamá no puede alcanzarme y llega mucho después que yo. Todos los papás me conocen ya y me saludan al verme y ya saben que mamá llegará después.

Max, Chico, Nieve, Pirata, Rayas, Browni, Boni, Bico, Escapi y Thor no fallan nunca. Yo soy el más pequeño, pero a ninguno le importa y, si toca correr, pues corremos igual que si todos fuéramos como Rayas, que es un galgo enorme. Casi siempre al final, llega Cayetana y algunos días también Gala, que es el perro más grande que yo haya visto nunca –dice mamá que es una perra mastín-. Flavia, Colate y Nora están algunos días, y a mí me gusta jugar, sobre todo, con Nora porque es la más parecida a mí en tamaño y podemos pasarnos horas –si nos dejaran horas- jugando a mordernos las orejas y el cuello. Nora también es adoptada, como yo, y, cuando ya es tan de noche como ahora que es casi invierno, su mamá y la mía nos vigilan gracias a que Nora tiene un abrigo rosa y yo uno rojo; así ellas nos ven cuando nos perdemos en medio de toda la pandilla. Jugamos tanto que Nora acaba con el abrigo todo desabrochado y yo con el mío todo lleno de barro. Supongo que a ella le pasará como a mí, que, de pronto, según vuelvo para casa, estoy deseando ya subirme al sofá y quedarme dormido. Aunque todavía queda eso de que mamá me limpie las patitas con una toallita –y hasta la barriga- porque dice que así no me puedo meter en la cama.