Esta noche hemos dormido los tres en la cama, mamá, yo a su lado con la cabeza apoyada en su hombro, y Sofía a sus pies. Y, antes de dormir, vi a Sofía colocarse, por primera vez, en su camita de tela azul. En los dos meses que llevo yo en la casa, ni siquiera se había acercado a ella, y eso que era suya. Debía pensar que yo no la dejaba. Creo que, al final, seremos buenos amigos.
Esta mañana he jugado con Max. Nuestras mamás nos dejaron sueltos porque, si no, preparamos un barullo con las correas imposible de arreglar, y estuvimos corriendo un rato. Me he dado cuenta de que los perros pequeños tenemos una ventaja, y es que nos podemos meter por sitios donde ellos no caben. Muy grandotes, muy grandotes, pero nosotros podemos ir por donde ellos van y también por donde ellos no pueden ir; además, a la hora de correr, no me gana nadie. Eso sí, cuando yo veía que él me iba a alcanzar, yo empezaba a chillar como si me pegara y, entonces, su mamá le reñía y Max se frenaba un poco. Vamos, que no hace falta ser más grande para ser más listo.