Algunos días no tengo fuerzas para cenar. Llego tan reventado del parque que solo quiero sofá; bebo unos tragos inmensos de agua, espero a que mamá me quite el arnés y me limpie las patitas y me enrosco en el sofá esperando a que ella se siente conmigo después de cenar. Y es que, en el parque, corro sin conocimiento. Corro detrás de alguno de mis amigos como si tuviéramos que dar la vuelta al mundo en una tarde, o delante, como si huyera de un fuego. El caso es correr como corren las liebres escapando de un galgo, porque también hay galgos en el parque, y también corro delante o detrás de ellos; ¡cómo no voy a cansarme!
Yo creo que en este mundo debe haber varios modelos de felicidad. Una de las mejores es saber que está mamá, y que me quiere tanto que nunca va a abandonarme, y estar con ella es una de las cosas más bonitas que pueden pasarme; y otra diferente es correr y correr y correr como si no hubiera un mañana. Esta felicidad también es muy buena, pero es mucho más cansada.