Diario de Pepín. Día 87

Cuando era pequeño todo mi afán era descargar la vejiga en el primer trozo de hierba que veía y luego me iba entreteniendo con todo lo que encontraba: una hoja, un papel, un trocito de pan… Pero ahora eso de mear con la pata levantada me ha abierto nuevos horizontes. Ahora tengo mucho que hacer, mamá apenas tiene que reñirme en la calle por quedarme pegado al suelo o salir disparado por cualquier cosa; ahora tengo prisa al caminar porque tengo que investigar a todos los perros que han pasado por allí antes que yo. Yo no tenía ni idea de cuántas farolas, papeleras y árboles había en el barrio, quizás porque siempre iba mirando a ras de suelo. Pero ahora voy de una en otro, deprisa y corriendo, oliendo y marcando como el que más. Bueno, en realidad huelo todas y cada uno, pero marco menos de la mitad porque la vejiga no me da para más. ¡Y mira que intento dosificarme, pero nada!.

Diario de Pepín. Día 80

Yo no entendía cómo era posible que las esquinas y los árboles olieran a pis, hasta que vi a un perro meando contra una farola con la pata levantada. Era un perro muy grande, y su meada llegó tan alta que yo tuve que empinarme para llegar a olerla. Entonces comprendí que si yo meaba siempre apretando riñones, solo podría orinar en la hierba o en el borde del árbol o en la acera, pero nunca desde arriba. Así que llevo un día entero ensayando a levantar la pata para mear. Y más de la mitad de las veces que orino o marco el terreno, ya lo hago así, levantado la pata; bueno, las patas, unas veces una y otras veces otra, según cuadre a qué lado me queda la farola o la esquina, que no voy a darme yo la vuelta para levantar siempre la misma.

Yo creo que en cosas así se nota que voy haciéndome grande, grande de edad, se entiende. Y en que, a veces, me dan unos repentes que no puedo controlar, como el otro día en el parque, que no pude menos de ponerme encima de un perro más o menos como yo de grande y empezar a empujar con todas mis fuerzas mientras lo tenía abrazado por detrás. El perro protestó un poco, pero todos los papás que estaban allí se rieron. Yo no creo que hiciera el ridículo, porque otros perros también lo hacen y sus papás no se ríen de ellos. Mamá no se rió, abrió mucho los ojos, como cuando se lleva una sorpresa, y luego me quitó de allí porque dijo que al otro perro no le hacía gracia que yo estuviera “dale que te pego”. Eso dijo. Yo no sabía que lo que yo estaba haciendo se llamara así, “dale que te pego”. Cada día aprendo cosas nuevas.

Diario de Pepín. Día 69

He tenido un día rabioso, de esos que, de pronto, no puedes estarte quieto  y, si toca salir a la calle, sales como un loco tirando de la correa con tanta fuerza como si quisieras arrastrar el mundo. Y casi lo arrastras, o, al menos, casi arrastro a mamá, que viene a ser lo mismo.

Yo creo que la culpa es de esta forma de crecer que tenemos los perros. Y de los dientes, claro, que ayer estaba yo jugando, como juego con todo lo que me llevo a la boca, y mamá se extrañó del sonido que hacía mi juguete al caer al suelo. Y miró y lo cogió en su mano y resultó que estaba jugando con una muela que se me había caído. Que yo nunca pensé que costara tanto hacerse grande.

Diario de Pepín. Día 64

Hay ratos que no me aguanto ni yo. Esto de ser cachorro y tener que crecer es muy complicado. Tengo ratos que estoy tranquilo y camino olisqueando pero sin forzar la marcha o correteo feliz con algo que he encontrado en la boca y soy una buena compañía para mamá, pero otros me vuelvo un manojo de nervios, mamá tira de mí y se enfada porque me apalanco en un sitio y no quiero moverme, o me pongo rabioso y no paro y quiero morderlo todo.

Mamá dice que deben ser los dientes y yo creo que no le falta razón. Cuando me duelen querría hasta morder piedras para no sentirlos, aunque se me cayeran a trozos. Yo no entiendo lo que pasa con los dientes; si he nacido con todos los huesos, con mis patas, mi rabo, mis uñas, y todo va creciendo conmigo ¿por qué he nacido con unos dientes que no valen y me los tienen que cambiar por otros nuevos que duelen tanto? Maldita la gracia que me hace este error de cálculo, podía haber nacido con los buenos y que fueran creciendo a medida que yo lo hago.

Diario de Pepín. Día 61

Hay días que pasan como sin darse cuenta, como si fueran la continuación del anterior y la promesa del siguiente en una cadena de eslabones iguales. Y luego hay otros en los que parece que no toco el suelo con las patas, en los que avanzo tanto, tanto, que me da un poco de vértigo mirar para atrás.

Pues hoy es un día de esos de ir volando. Lo fue el día en que, sin más, pude aguantar mi vejiga hasta que mamá me sacó a la calle, y el día que pude subirme al sofá de un salto tan grande que parecía imposible porque no tenía alas, y el día en que, viendo las chanclas de mamá a mi alcance, decidí que era mejor jugar con los peluches.

Pues hoy, al hacer pis en la hierba, he levantado la pata trasera izquierda. No ha sido mucho, no; luego he vuelto a hacer pis y he hecho como siempre, apretando los riñones y poniendo cara de circunstancias. Levanté la pata como sin querer  y dudando de que pudiera mantenerme sobre tres patas; de hecho, la bajé en seguida, pero eso no cambia las cosas: la levanté, como hacen los perros grandes.

Y, para rematar, al llegar a casa, mamá fue a cambiarse de ropa al dormitorio y, de pronto, como una aparición, me vio frente a ella, sobre la cama. Sobre la cama. Todavía no sé cómo pude subirme yo solo, si es altísima. Bajarme ya llevo mucho tiempo haciéndolo, pero subirme era impensable para mí; hasta hoy. Voy de sorpresa en sorpresa.

Diario de Pepín. Día 49

¿Un cachorro puede dejar de ser un cachorro sin haber cumplido los cinco meses? A saber: no he vuelto a hacer pis en casa, espero pacientemente a que mamá se duche y desayune –sin cogerle las chanclas- y hago pis y caca en la hierba que está cerca de casa, espero hasta que la puerta se abre del todo y luego ya salgo yo –un día no esperé y mamá me dio sin querer un golpe en los morros cuando la abrió, por eso he espabilado y ya no me pasa-, y, cuando mamá me deja solo en casa no vacío el vestidor –ella procura dejarlo cerrado por si acaso- ni me llevo arrastrando los muñecos de la cama. ¡Ah, y no he vuelto a comer cacas de Sofía! Porque me da miedo entrar en el arenero cerrado y no poder salir.

Pensándolo bien creo que no, que un cachorro de cinco meses sigue siendo un cachorro. Aunque se porte bien. Supongo que eso es lo que mamá llama “educación”.

Diario de Pepín. Día 48

Estos días han sido una revolución. Mamá no me ha llevado a la oficina porque tampoco ha ido ella a trabajar. He subido y bajado del coche un montón de veces; bueno, mamá me ha subido y me ha bajado del coche, porque yo no me atrevo pero ya no me escapo ni tiro para atrás. La verdad es que en el coche no se va mal; me tumbo en el asiento de atrás y hasta me duermo, salvo cuando pegamos botes, que me asustan mucho, aunque mamá entonces vaya muy despacito.

Vino la mujer que habla como mamá pero no es mamá y yo me asusté por la noche porque no me acordaba de que se había quedado a dormir y empecé a ladrar para avisar a mamá de que había ruidos extraños en la casa. Al día siguiente salimos a caminar temprano y la mujer que habla como mamá me llevó todo el tiempo de la correa, pero muy corta porque dice que tengo que acostumbrarme a ir al lado, que así acostumbró ella a su perrita. Luego, por la tarde ya había muchísima gente en la calle, todo eran piernas a mi alrededor; menos mal que llevaba la correa cortita y nadie se tropezó conmigo.

Hoy ya nos hemos quedado solos mamá, Sofía y yo; y estamos reventados. Yo creo que tango trasiego de maletas y de camas y de idas y venidas nos deja agotados a todos. Por eso me he pasado el día tumbado en el sofá, pero totalmente repantingado, todo lo largo que soy. Y cada vez soy más largo, que he crecido un poco más.