Diario de Pepín. Día 75

Me gusta el chico de la gorra. Estoy bien con él. Supongo que, aunque ahora es un tío muy grande, hace mucho tiempo fue el bebé de mamá, un cachorrito como yo. Supongo que mamá lo cuidaba como cuida de mí, y lo abrazaba y lo besaba igual que hace conmigo. Y supongo que, por eso, él fue muy feliz. ¡Qué suerte llevar tanto tiempo con mamá! Yo ya llevo la mitad de mi vida con ella. La mitad de una vida es mucho tiempo, incluso para alguien como yo, que solo tengo seis meses.

Alzheimer

Lleva el bastón en avanzadilla, tambaleante como sus propios pasos, segura solo la mano izquierda, que apoya sobre él, mientras busca con la derecha el respaldo de la silla donde va a sentarse. Me mira un momento con ojos como canicas, inexpresivos y brillantes, que en seguida enfocan lejos, detrás de mí y detrás de todo.

Está. Permanece callada, como a la espera de no se sabe qué, con las manos sarmentosas sobre la mesa, la alianza estrangulando el dedo, y los surcos como de rastrillo en la tez morena. Se deja llevar y responde, obediente, cuando percibe el tono interrogante de los otros,  aunque en seguida notas la fatiga que la invade, la falta de interés.

-¿Cuántos años tienes?

– ¡Uy, muchos…!

-Pero, ¿cuántos tienes? ¿En qué año naciste? ¿Qué día naciste?

Por un momento, los ojos cristalinos parpadean y se mueven al unísono de un lado a otro, buscando algo, la respuesta a tanto interrogante, y, al cabo de unos segundos me mira a mí, tranquila ya, y responde:

-No sé, yo era muy pequeña entonces, y no me acuerdo.