La mujer habló con la madre y, cuando terminó, se dirigió a la hija, una muchachita de unos 8 o 9 años, que había permanecido a su lado, discretamente callada y observando.
-¿Cómo te llamas? Dijo la mujer, y esperó la respuesta.
La niña, levantando apenas los ojos, dijo: Noa.
-¡Qué bonito! Contestó la mujer, entusiasmada. Y lo repitió de nuevo, para que no hubiera lugar a dudas.
La niña, quizás no, pero las dos mujeres sabían que, de haberse llamado Robustiana, la respuesta habría sido la misma. Y el entusiasmo, también.