Te busqué, Señor,
entre los picos de los capirotes,
en los pies descalzos de los penitentes,
en las espinas manchadas de sangre,
en las lágrimas de cristal de tu madre,
en los mantos de terciopelo,
en las espadas de plata te busqué,
pero no estabas…
Se consumieron los pabilos
humeantes,
se secaron las lágrimas por la lluvia
y volvieron todos
a sus casas, a su labor,
a su madriguera,
a sus odios y sus broncas,
a sus guerras…
Y tú, Señor, no estabas…