Hay quien piensa que Isaías es un hombre torpe, pero él, con una opinión más generosa de sí mismo, se considera un hombre sin suerte. Por eso, ya en el colegio, si tenía la ocurrencia de copiar en los exámenes, siempre lo pillaban, y su falta de fortuna o de habilidad, según se mire, traspasaba los límites de la intimidad y se instalaba en el punto de mira de sus aviesos compañeros. Por eso también, cuando se enamoró por primera vez lo hizo de la novia de su mejor -y único, todo hay que decirlo-, amigo; y por esa misma falta de fortuna o de habilidad en el manejo de su vida, cuando encontró trabajo, lo destinaron, casi de inmediato, a 800 km de casa, y, a los pocos día de abandonarlo porque ya había llegado al límite de sus fuerzas, se enteró por la prensa local de que su empresa, necesitada de viabilidad a corto y medio plazo, negociaría ventajosos despidos para liberarse de cargas laborales.
Aparte de estos asuntos sin importancia, Isaías siempre se ponía en la cola que menos avanzaba o acertaba a pisar la hoja resbaladiza sobre el suelo mojado; cosas así. ¿A quién iba a extrañarle que, desesperado e incapaz de atisbar un futuro menos pesimista, decidiera suicidarse? ¿Y, a quién podía sorprenderle que se pusiera al tren… en una vía muerta?