Teresa es alegre como unas castañuelas. A la primera de cambio y sin que le preguntes te cuenta que tiene seis hijos, que la más pequeña acaba de empezar la escuela y que, todos juntos, le dan mucho trabajo; que el mayor se llama como su marido y la más pequeña como su tía Isabel, que vive a pocos metros de su casa y le echa una mano con los chiquillos. De pronto se agonía porque es la hora de las meriendas y no sabe por donde andan, y quiere llegarse hasta la puerta del colegio para recogerlos y que no se le extravíen.
Teresa tiene 82 años. Pero ella no lo sabe.