Los tiempos

Hubo un tiempo, Isabel, al poco de marcharte, en que el dolor era tan intenso que, por momentos, sentía que no podría resistirlo. La angustia lo ocupaba todo. Quizás éramos demasiado jóvenes entonces, demasiado jóvenes para enamorarnos, o, quizás, demasiado jóvenes para soportar tanto dolor…

Las rutinas me permitieron sobrevivir, caminaba por la calle como un autómata, pasaba los semáforos cuando la gente se movía, sin comprobar que, efectivamente, estuvieran en verde, comía lo primero que pillaba, a la hora que tocaba y porque alguna regla interior me forzaba a ello. Creo que el instinto de supervivencia me dictaba lo que debía hacer, sin preguntarme. Si hubiera tenido que tomar decisiones en aquellos momentos, no habría podido hacerlo; sencillamente, estaba bloqueado…

Tardé un tiempo en poder reaccionar, en tomar perspectiva. Y, cuando lo hice, me di cuenta de que solo tenía, teníamos, pasado. En el tiempo pasado ya, habíamos sido muy felices pero el presente fugaz, había destruido nuestro futuro. Y eso era lo más doloroso, Isabel, perder el futuro común que habíamos imaginado.

Porque el pasado feliz no nos servía aún de consuelo, y el futuro solo era una nube negra que todo lo envolvía, un pozo tenebroso desde el que me llamaban las voces de las sirenas…

De las memorias de Ismael Blanco

Rutinas

Tengo una amiga que es darse crema en las manos por las mañanas y entrarle ganas de ir al servicio; y vuelta a empezar. Hasta tal punto le pasa esto que, si algún día, próxima a salir de casa, tiene la duda de si debería aligerarse o no antes de que las prisas la atenacen en la calle, se da crema y,  antes de acabar el masaje para que se absorba… duda resuelta, al servicio de cabeza –en lenguaje figurado, claro está-, y, ¡hala! a lavarse y darse crema de nuevo.

Tengo otra amiga, ¿o era la misma? que, al igual que la mayoría de la gente siente ganas de orinar cuando ve el agua corriendo de un grifo, ella, es entrar a la ducha, sentir el agua caliente desbordándose por el cuerpo desde el cabello y ¡zas!, ganas de orinar; da igual que acabe de hacerlo un momento antes, las ganas son las ganas.

Por eso, cuando mis amigas leen noticias en prensa sobre sesudos y costosos  estudios en Universidades extranjeras –en las españolas ya no hay presupuesto para investigar, ni sobre temas sesudos ni sobre otros menos interesantes-, generalmente americanas –americanas de Estados Unidos, conviene no mezclar y confundir-, sobre asuntos  como si preguntar por albardas supone que mi padre venda escopetas, ella o ellas (mis amigas) se preguntan por qué algún viejo rico, chiflado y con mala conciencia ( y, probablemente con incontinencia) no dedica una pasta gansa a la “Investigación sobre la autodeterminación de nuestros esfínteres”; aunque quizás, piensan, sea preferible acurrucarse en el refugio de nuestras rutinas para seguir sintiéndonos nosotros mismos.