Los tiempos

Hubo un tiempo, Isabel, al poco de marcharte, en que el dolor era tan intenso que, por momentos, sentía que no podría resistirlo. La angustia lo ocupaba todo. Quizás éramos demasiado jóvenes entonces, demasiado jóvenes para enamorarnos, o, quizás, demasiado jóvenes para soportar tanto dolor…

Las rutinas me permitieron sobrevivir, caminaba por la calle como un autómata, pasaba los semáforos cuando la gente se movía, sin comprobar que, efectivamente, estuvieran en verde, comía lo primero que pillaba, a la hora que tocaba y porque alguna regla interior me forzaba a ello. Creo que el instinto de supervivencia me dictaba lo que debía hacer, sin preguntarme. Si hubiera tenido que tomar decisiones en aquellos momentos, no habría podido hacerlo; sencillamente, estaba bloqueado…

Tardé un tiempo en poder reaccionar, en tomar perspectiva. Y, cuando lo hice, me di cuenta de que solo tenía, teníamos, pasado. En el tiempo pasado ya, habíamos sido muy felices pero el presente fugaz, había destruido nuestro futuro. Y eso era lo más doloroso, Isabel, perder el futuro común que habíamos imaginado.

Porque el pasado feliz no nos servía aún de consuelo, y el futuro solo era una nube negra que todo lo envolvía, un pozo tenebroso desde el que me llamaban las voces de las sirenas…

De las memorias de Ismael Blanco

Siete días

El primer día no fue capaz de dormir; cerraba los ojos y sólo la veía a ella, hablándole sin voz, moviendo la boca para decirle lo que ya había escuchado de sus labios cuando vino a despedirse, como un martillo en su cerebro.

El segundo día se levantó agotado, al límite de sus fuerzas, se veía arrastrándose bajo un peso que no podía soportar, sin horizonte, en una existencia gris y dolorosa que empezaba a asfixiarle, como si ella se hubiera llevado el aire que respiraba.

El tercer día el dolor se hizo más físico, le dolía la garganta y el estómago se le había anudado. Hablaba poco o nada, lo estrictamente necesario para que nadie sospechara lo que le pasaba; sólo le faltaba que alguien se le acercara condescendiente intentando entenderlo.

El cuarto día se sintió terriblemente sólo, abandonado a sus recuerdos como el único alimento del que podía tirar para seguir subsistiendo, aunque aquella existencia fuera ya oscura y triste; sin futuro, con un presente doloroso y un pasado efímero que intentaba aprovechar como el fuego en el invierno, acercándose a él para entrar en calor, para sentir de nuevo el cuerpo entumecido por el frío, a sabiendas  de que ya no podría echar más leña para mantenerlo vivo.

El quinto día sintió que había tocado fondo, que ya no podía sentirse peor. Se supo sólo y sin fuerzas para sobrevivir, ni siquiera le consolaba ya el recuerdo de los momentos felices, le atenazaba la sensación de pérdida, de nunca jamás, y decidió dejarse llevar, dejarse ahogar en aquella pena sin llanto. Ya no podía sentirse peor.

El sexto día comenzó a emerger del fondo en el que se había hundido. Sin ni siquiera decidirlo se sintió impulsado a vivir a pesar de todo, a llegar a la superficie, como si no quedara otro remedio. Tomó conciencia de su propia existencia, dolorosa pero real. Soñó que su corazón se liberaba de una coraza que le aprisionaba y lo vio latir por sí mismo. Se sintió un superviviente. La recordó de nuevo y le dolió aún, mucho, muchísimo, pero al momento supo que sólo podía permitirse recordar para seguir caminando. Y eso hizo.

El séptimo día descansó.

El abrazo

Sintió su mirada desde atrás, como si una mano invisible le tocara el hombro para llamar su atención, como si una voz tranquila susurrara al oído su nombre, te conozco, he venido a ver tu exposición, he venido a verte… Apenas había cambiado, supo entonces que no había cambiado en esos años, que ya era así en su memoria escondida y ahora, otra vez, la estaba mirando desde la paz de sus ojos verdes, como entonces, y, como entonces, volvía a pararse el tiempo y nada existía a su alrededor. Le tendió los brazos con una sonrisa, con un gesto acogedor que no dejaba lugar a dudas y ella vio como sus propios brazos se levantaban hacia él, dóciles y obedientes, como si eso fuera parte del orden establecido, y volvió a zambullirse, volvió a aferrarse a un tronco que le permitía navegar por todos los mares, volvió a escuchar su respiración solapada a la de él y a sentir el olor a pan reciente de su cuerpo. Cerró los ojos, emocionada al saberse tan frágil y tan fuerte entre sus brazos y cuando él aflojó la presión y la separó un poco de sí para mirarla, ella sólo supo ver la vida que tenía por delante.

Músicos

Vivir de la música no entraba en mis planes; en realidad, nadie que haya nacido en mi barrio debería hacer planes de futuro, porque ese futuro casi nunca llega.

El caso es que, cada mañana, cargamos el viejo acordeón heredado del abuelo y los vasos de refresco para las monedas y nos vamos hasta el centro de la ciudad. Trabajamos hasta mediodía y por la tarde todos los días que queremos o, más bien, todos los días que no llueve o no hace demasiado frío. Los turistas nos miran con curiosidad, muchos se paran y nos sacan fotos; en realidad, no sé si se detienen a escuchar o porque les gusta vernos tan concentrados en la tarea. Nosotros vamos a lo nuestro y no miramos a nadie, nos hemos dado cuenta de que son más generosos así, si, simplemente, nos dejamos observar, como los peces en las peceras.

La verdad es que me gusta esto, a veces me gusta tanto que se me olvida que soy un perro.

GENTE 2 EN BYN