Vivir de la música no entraba en mis planes; en realidad, nadie que haya nacido en mi barrio debería hacer planes de futuro, porque ese futuro casi nunca llega.
El caso es que, cada mañana, cargamos el viejo acordeón heredado del abuelo y los vasos de refresco para las monedas y nos vamos hasta el centro de la ciudad. Trabajamos hasta mediodía y por la tarde todos los días que queremos o, más bien, todos los días que no llueve o no hace demasiado frío. Los turistas nos miran con curiosidad, muchos se paran y nos sacan fotos; en realidad, no sé si se detienen a escuchar o porque les gusta vernos tan concentrados en la tarea. Nosotros vamos a lo nuestro y no miramos a nadie, nos hemos dado cuenta de que son más generosos así, si, simplemente, nos dejamos observar, como los peces en las peceras.
La verdad es que me gusta esto, a veces me gusta tanto que se me olvida que soy un perro.
Buenísimo……
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