El primer día no fue capaz de dormir; cerraba los ojos y sólo la veía a ella, hablándole sin voz, moviendo la boca para decirle lo que ya había escuchado de sus labios cuando vino a despedirse, como un martillo en su cerebro.
El segundo día se levantó agotado, al límite de sus fuerzas, se veía arrastrándose bajo un peso que no podía soportar, sin horizonte, en una existencia gris y dolorosa que empezaba a asfixiarle, como si ella se hubiera llevado el aire que respiraba.
El tercer día el dolor se hizo más físico, le dolía la garganta y el estómago se le había anudado. Hablaba poco o nada, lo estrictamente necesario para que nadie sospechara lo que le pasaba; sólo le faltaba que alguien se le acercara condescendiente intentando entenderlo.
El cuarto día se sintió terriblemente sólo, abandonado a sus recuerdos como el único alimento del que podía tirar para seguir subsistiendo, aunque aquella existencia fuera ya oscura y triste; sin futuro, con un presente doloroso y un pasado efímero que intentaba aprovechar como el fuego en el invierno, acercándose a él para entrar en calor, para sentir de nuevo el cuerpo entumecido por el frío, a sabiendas de que ya no podría echar más leña para mantenerlo vivo.
El quinto día sintió que había tocado fondo, que ya no podía sentirse peor. Se supo sólo y sin fuerzas para sobrevivir, ni siquiera le consolaba ya el recuerdo de los momentos felices, le atenazaba la sensación de pérdida, de nunca jamás, y decidió dejarse llevar, dejarse ahogar en aquella pena sin llanto. Ya no podía sentirse peor.
El sexto día comenzó a emerger del fondo en el que se había hundido. Sin ni siquiera decidirlo se sintió impulsado a vivir a pesar de todo, a llegar a la superficie, como si no quedara otro remedio. Tomó conciencia de su propia existencia, dolorosa pero real. Soñó que su corazón se liberaba de una coraza que le aprisionaba y lo vio latir por sí mismo. Se sintió un superviviente. La recordó de nuevo y le dolió aún, mucho, muchísimo, pero al momento supo que sólo podía permitirse recordar para seguir caminando. Y eso hizo.
El séptimo día descansó.
Me encantó mucho, tu estilo se parece un poco al mío. Me recuerdas a mí. Te felicito, tu escrito esta muy bueno. camila.felicianoblog.com
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Muchas gracias. Un saludo.
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«El séptimo día descansó», y vivió. Muy bueno, como siempre 😉
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