Hubo un tiempo, Isabel, al poco de marcharte, en que el dolor era tan intenso que, por momentos, sentía que no podría resistirlo. La angustia lo ocupaba todo. Quizás éramos demasiado jóvenes entonces, demasiado jóvenes para enamorarnos, o, quizás, demasiado jóvenes para soportar tanto dolor…
Las rutinas me permitieron sobrevivir, caminaba por la calle como un autómata, pasaba los semáforos cuando la gente se movía, sin comprobar que, efectivamente, estuvieran en verde, comía lo primero que pillaba, a la hora que tocaba y porque alguna regla interior me forzaba a ello. Creo que el instinto de supervivencia me dictaba lo que debía hacer, sin preguntarme. Si hubiera tenido que tomar decisiones en aquellos momentos, no habría podido hacerlo; sencillamente, estaba bloqueado…
Tardé un tiempo en poder reaccionar, en tomar perspectiva. Y, cuando lo hice, me di cuenta de que solo tenía, teníamos, pasado. En el tiempo pasado ya, habíamos sido muy felices pero el presente fugaz, había destruido nuestro futuro. Y eso era lo más doloroso, Isabel, perder el futuro común que habíamos imaginado.
Porque el pasado feliz no nos servía aún de consuelo, y el futuro solo era una nube negra que todo lo envolvía, un pozo tenebroso desde el que me llamaban las voces de las sirenas…
De las memorias de Ismael Blanco