Nada me importó entonces. A mí, que todo me importaba. Decidí no mirar atrás, no escuchar; desoí incluso esa voz que creía mía y amartillaba mi conciencia. Refrenando, siempre refrenando. Y decidí que tenía que arriesgarlo todo para no perderlo todo.
Ahora miro atrás y no sé dónde encontré el valor.
O quizás fue más fácil que eso, quizás sólo me dejé llevar hasta el siguiente puente.
Y desperté en otra orilla, en otro paisaje con verdes por descubrir, con vientos leves que mecen las hojas de los árboles y ventiscas que arrancan las ramas muertas. ¿Cómo iba a resistirme? Yo sólo tenía que empezar a caminar…
Y allí estaba el resto de mi vida.
(De las memorias de Ismael Blanco)