A Gloria
-Profesor, usted que ha sido un gran estudioso de esta autora, ¿cree que influyó su vida privada en sus poemas?; porque nunca se casó, pero escribe muchas veces sobre el amor; ¿cree que sus poemas responden a una realidad?.
La chica se había empinado desde las sombras de las primeras filas y había acabado de pie, con el micro que le había alcanzado la azafata en la mano.
El profesor, un hombre de unos cincuenta años, de aspecto tranquilo y barba arreglada como al descuido, acercó un poco la varilla del micrófono de sobremesa y carraspeó levemente.
-Como probablemente saben ustedes, dijo, yo conocí personalmente a Isabel Blanco y la frecuenté en sus últimos años porque su talento y su forma de hacer tenían un efecto hipnótico en mí. Isabel era una de las personas más interesantes que he conocido, y una de las más apasionadas y equilibradas a la vez.
-Efectivamente, continuó, ella nunca se casó, pero sospecho que fue para no someter a la rutina y al compromiso ninguna relación, por miedo a destruirla. Ella no hablaba de su vida privada en privado, “ya escribo –me decía-, mis poemas son mi alma desnuda”. Quizás se enamoró de alguien que no le correspondía, o quizás se enamoró de alguien a quien debió dejar marchar, quizás se enamoró en silencio y “para adentro” como le gustaba decir, “yo ya escribo para afuera y lloro para adentro”.
-En cualquier caso –y le pareció que se alargaba en la respuesta y miró de reojo al coordinador de la mesa que le seguía tan atento que se había olvidado del tiempo de los ponentes-; en cualquier caso, repitió, hasta donde yo conocí a Isabel Blanco y hasta donde conozco su obra, estoy seguro de que ella amó mucho y muy intensamente. Ella no sabía vivir de otra manera.
La chica le había escuchado de pie, en señal de respeto. Cuando el profesor calló, se sentó de nuevo, y se dio cuenta de que le temblaban un poco las piernas.