Diario de Pepín. Día 77

Cuando yo veo que mamá se pone la chaqueta y coge su mochila me pongo siempre alerta, por si puedo salir con ella. Pero no, esta vez me acarició la cabecita y me dijo que me quedara, como todas las mañanas cuando ella y el chico de la gorra salen un ratito y luego vuelven a la oficina y ya trabajamos todos hasta mediodía y nos vamos. Mamá se fue sola a media mañana y  no volvió, y yo me quedé con el chico de la gorra. Reconozco que me puse bastante empachoso, aunque él no tenía la culpa, porque yo quería que mamá volviera y no volvía. Es que, a veces, aunque ya soy casi grande, no puedo dejar de comportarme como un bebé, y los bebés quieren estar siempre con mamá.

El chico de la gorra me sacó a mediodía, y el señor que me llama perrete me sacó por la tarde y yo, a ratos, ya pensaba cuánto tiempo iba a pasar hasta que mamá volviera. Eso sí, por la tarde conseguí estar más tranquilo y no dar guerra, yo creo que, porque, más que nervioso, estaba ya un poco triste.

Cuando mamá volvió era muy de noche -yo nunca había estado en la oficina hasta tan tarde-, y me puse como un loco, sin control ninguno, dando brincos y chillando, que hasta la gente que pasaba por la calle se quedaba mirando. Yo creo que no se puede ya ser más feliz. Bueno, sí, yo habría sido más feliz aún si no hubiera visto que mamá cogía otra vez la maleta esa que llena de papeles cuando se va sin mí; porque, me temo que eso significa que me va a tocar esperarla otra vez.

Diario de Pepín. Día 75

Me gusta el chico de la gorra. Estoy bien con él. Supongo que, aunque ahora es un tío muy grande, hace mucho tiempo fue el bebé de mamá, un cachorrito como yo. Supongo que mamá lo cuidaba como cuida de mí, y lo abrazaba y lo besaba igual que hace conmigo. Y supongo que, por eso, él fue muy feliz. ¡Qué suerte llevar tanto tiempo con mamá! Yo ya llevo la mitad de mi vida con ella. La mitad de una vida es mucho tiempo, incluso para alguien como yo, que solo tengo seis meses.

Diario de Pepín. Día 28

Hoy me sacaron una foto en la plaza. Casi todos los días veo allí perros repetidos y gente repetida. Hoy volví a ver una perra blanca y negra, dos o tres veces más grande que yo y a su mamá, que es más joven que otras mamás. Primero nos acercamos nosotros, los perros; nos olimos el morro y dimos un par de vueltas más oliéndonos el culo. Mamá solo dijo de la otra perra que tenía un pelo muy bonito, pero la otra mamá se agachó para acariciarme diciendo que era como un peluche; se lo decía a alguien por el teléfono a la vez que nosotros nos hacíamos un barullo con las correas y ella, venga abrazarme y decirme que yo era una cosa muy bonita. Luego ya, cuando habíamos disfrutado un poco, la mamá joven se levantó de donde yo estaba y le dijo a quien hablaba con ella que iba a sacarme una foto para que viera que yo era como un muñeco.

Cuando ya llegábamos a casa, nos silbó en la calle el chico de la gorra y lo esperamos muy contentos, mamá y yo. Estuvimos dando otra vuelta, ellos se paraban a charlar y yo aprovechaba a olisquear alrededor de ellos, aunque, cada nada, los que pasaban nos interrumpían, todos a querer mirarme y a decirme cosas. El mejor rato fue cuando el chico de la gorra y yo nos echamos unas carreras por la acera; él me llevaba de la correa, pero sin tirar, y me jaleaba “¡vamos, vamos, vamos!” y yo corría como sin conocimiento, y siempre lo alcancé. Me gusta tener un hermano mayor como el chico de la gorra.

Diario de Pepín. Día 23

Yo no sé muy bien qué día de la semana es; los perros no sabemos esas cosas. Pero sí sabemos cuándo los días son iguales y luego, de pronto, hay mucha diferencia. Y luego ya escuchas con atención y te vas enterando de que los humanos hablan de fines de semana y de sábados y de domingos.

Hoy es sábado. Lo sé porque, además de las diferencias de otras veces –no hemos ido a la oficina, solo a dar una vuelta, y, luego mamá ha salido con el carro de la compra- mamá lo ha hablado con el chico de la gorra y nos hemos ido de viaje.

El chico de la gorra tiene un coche que huele a nuevo y brilla mucho, el coche en el que mamá me llevó a la veterinaria hace un ruido diferente, agradable, pero diferente, y está como viejito, como si mamá hubiera ido y venido muchas veces con él. Bueno, pues el chico de la gorra nos ha llevado a un viaje largo. Yo me di cuenta de que era para mucho rato porque mamá colocó un empapador y una toalla vieja en el asiento de atrás y me dijo que era por si no aguantaba el pis o me mareaba.

Al final llegamos a una casa donde había una mujer muy viejita cocinando y se asustó de momento al ver a mamá, pero luego la abrazó un rato y también al chico de la gorra, y salió otro viejito a vernos y otro hombre que estaba dentro. Y todos sonreían y se abrazaban. Entonces supe que también tengo abuelos y tíos, tengo una familia enorme, y, aunque de momento solo tenían ojos para mamá y para el chico de la gorra, luego ya empezaron a abrazarme y a besarme a mí también. No me dio mucho tiempo a explorar la casa porque no quería separarme mucho de mamá, y, además, allí todo eran piernas y pies moviéndose de un lado a otro y podían tropezar conmigo.  Mamá me vigilaba todo el tiempo porque decía que podía meterme entre los pies de la abuela y podíamos tener una tragedia.

El hombre que estaba con el abuelo nos sacó muchas fotos, mamá conmigo cogido y el chico de la gorra –que se la había quitado en casa- también conmigo en brazos. Yo di muchos lengüetazos y moví muchísimo el rabo y estuve muy contento, aunque me acordé de Sofía, porque ella se quedó en casa y debía estar muy aburrida ella sola.

Lo que no me gustó del pueblo es que mamá me sacó para hacer pis y caca y no había hierba fresquita y verde, como aquí. Allí solo había tierra y cemento alrededor de la casa, y un poquito más lejos, unos yerbajos medio secos. Yo me adapto a cualquier sitio, hice todo lo que tenía que hacer y mamá les dijo a todos lo bien que me había portado.

Lo malo de ir a los sitios, aunque estés bien, es que tienes que volver. El coche no me hace gracia, se me revuelve un poco el estómago; de hecho, apenas cené aunque ya hacía mucho que habíamos vuelto. Quizás fueran las emociones. Para un perrito cualquier novedad es impresionante y saber que mamá también tiene papás, como yo, aunque estén lejos de casa, ha sido una sorpresa muy grande.