Aniversario

El día de San Juan de hace un año fue un día extraordinario; uno de esos días frontera entre un antes y un después.

El hecho que lo convierte en extraordinario pesa seis kilos y medio, es algo larguirucho, un poco paticorto, con grandes orejas que se doblan hacia delante -o hacia atrás, como una melena al viento, cuando corre- y ha nacido para seguir rastros, bailar con las polillas, perseguir a las palomas, saludar a todos los perros que andan por la calle -sin importar su tamaño-, desconfiar de los vecinos que salen al balcón frente a nuestra ventana y, sobre todo, ha nacido para quererme.

Pepín lo invade todo en casa. Ha desterrado a Sofía de su vida solitaria y gatuna, y lucha para destronarla de su espacio conmigo, pero aún tiene que negociar con ella quién y cómo ocupa el sofá cuando yo no estoy. Pepín ha cambiado un poco el diseño de algunos muebles,  que tenían esquinas afiladas y ahora se muestran redondas, amables y descoloridas, y me ha obligado a modificar algunas rutinas domésticas para evitar accidentes –todo es comestible -pero, sobre todo, Pepín ha cambiado el fondo y la forma de mis días. Pepín duerme conmigo y se levanta conmigo, si piensa que voy a marcharme se refugia entre cojines y espera a que vuelva, pero, si me ve sentarme en el sofá, acude inmediatamente a tumbarse al lado, o un poco más cerca, con la cabeza apoyada en mi cuerpo. Pepín me vigila de cerca y de lejos, por si necesito un gesto suyo de atención, para adelantarse a lo que yo vaya a hacer y para saber cómo estoy porque yo no se lo cuento y no tiene otra forma de saberlo más que fijarse mucho en mí y en todo a mi alrededor.

Pepín es un perro valiente, muy valiente, pero también tiene miedo: de pasar por un paso estrecho por primera vez, de ver la tabla de la plancha desplegada en la habitación, de subir al coche o en el ascensor, o, aunque ya menos, de que yo no vuelva cuando salgo por la puerta -por eso, cada día, le dejo mi camiseta sobre la cama, y, casi todos los días, cuando vuelvo a casa, mi camiseta aparece en una de sus camitas, caliente aún porque ha estado acostado encima de ella-.

Si mi vida y la suya cumplen con las estadísticas nos haremos viejos juntos, e, incluso, él morirá antes que yo. Y eso me reconforta, a pesar del dolor, porque, si él muere antes, no podrá  sentirse abandonado por morirme yo.

Diario de Pepín. Día 78

Mamá tiene miedo. Cuando vamos al parque por la tarde hay muchos perros de todos los tamaños y yo corro, ya sin correa, hacia ellos. Nos lo pasamos en grande, sobre todo yo, porque soy el que más corro y todos los papás me conocen y se alegran de verme y me acarician. Yo, cuando veo que son demasiados perros o demasiado grandes y no puedo correr durante mucho tiempo, me meto entre las piernas de los papás y ellos me protegen. Y es que hay un perro, que casi siempre está solo porque riñe con todos, y que me ha perseguido como un loco enseñándome los dientes, y, claro, mamá tiene miedo porque dice que soy muy pequeño. Pero es que ella no se da cuenta de que yo corro como una liebre y, a no ser que me choque con otro perro o contra la valla de piedra, ninguno me alcanza, y, si me pongo de pie, le llego a los morros al perro más grande.

Que yo puedo ser pequeño, pero soy muy valiente.

Diario de Pepín. Día 4

Tengo mucho trabajo. Yo pensaba que la vida de un perrillo sería comer y dormir, pero no.

Desde que me levanto, ando apretando el culo para no hacer caca en casa, y, cuando mamá y yo salimos a pasear, tengo que inspeccionar todos los árboles, todas las esquinas, las manchas de las aceras y las colillas del suelo, y, además, acordarme de hacer caca y pis. Menos mal que el camino lo he aprendido en  seguida. Y a mamá se le olvida. Esta mañana, al volver para casa, se le olvidaba que estábamos al lado de la oficina. Si no es por mí, que subí corriendo las escaleras… y luego no quiso entrar. En fin, cosas de humanos, a veces cuesta entenderles.

Ayer le demostré a mamá que soy un perro pequeñito pero muy valiente. Cuando estamos en el parque y se acercan esos perros tan enormes que andan sueltos por allí, yo estoy tranquilo y no tengo miedo, dejo que me huelan y luego ya se van. Y luego está Ratón. Ratón es como yo pero cuatro o cinco veces más grande que yo, y siempre viene corriendo a saludarme y a jugar conmigo dando brincos. Mamá dice que es muy nervioso. Pues ayer venía yo masticando un papel riquísimo que había encontrado en la acera y se me echó encima, nada más que a molestar. Pues solté el papel y le enseñé los dientes gruñendo con toda la fuerza que pude y ¡se asustó!. Ratón salió corriendo como había venido y yo volví a recoger mi papel. Mamá se quedó como alelada y la humana de Ratón dijo “sí, sí, tienen su carácter; son muy cariñosos pero tienen su carácter”, refiriéndose a los perrillos que son como yo. A ver si Sofía lo va entendiendo también, aunque yo creo que vamos mejor; ayer se levantó mamá del sofá y nos quedamos los dos solos en él y no me bufó.