Tengo mucho trabajo. Yo pensaba que la vida de un perrillo sería comer y dormir, pero no.
Desde que me levanto, ando apretando el culo para no hacer caca en casa, y, cuando mamá y yo salimos a pasear, tengo que inspeccionar todos los árboles, todas las esquinas, las manchas de las aceras y las colillas del suelo, y, además, acordarme de hacer caca y pis. Menos mal que el camino lo he aprendido en seguida. Y a mamá se le olvida. Esta mañana, al volver para casa, se le olvidaba que estábamos al lado de la oficina. Si no es por mí, que subí corriendo las escaleras… y luego no quiso entrar. En fin, cosas de humanos, a veces cuesta entenderles.
Ayer le demostré a mamá que soy un perro pequeñito pero muy valiente. Cuando estamos en el parque y se acercan esos perros tan enormes que andan sueltos por allí, yo estoy tranquilo y no tengo miedo, dejo que me huelan y luego ya se van. Y luego está Ratón. Ratón es como yo pero cuatro o cinco veces más grande que yo, y siempre viene corriendo a saludarme y a jugar conmigo dando brincos. Mamá dice que es muy nervioso. Pues ayer venía yo masticando un papel riquísimo que había encontrado en la acera y se me echó encima, nada más que a molestar. Pues solté el papel y le enseñé los dientes gruñendo con toda la fuerza que pude y ¡se asustó!. Ratón salió corriendo como había venido y yo volví a recoger mi papel. Mamá se quedó como alelada y la humana de Ratón dijo “sí, sí, tienen su carácter; son muy cariñosos pero tienen su carácter”, refiriéndose a los perrillos que son como yo. A ver si Sofía lo va entendiendo también, aunque yo creo que vamos mejor; ayer se levantó mamá del sofá y nos quedamos los dos solos en él y no me bufó.