Menos mal que estoy yo para ayudar a mamá porque la verdad es que Sofía da bastante guerra. Ella anda a su aire y nunca quiere jugar conmigo, que, en cuanto me acerco brincando me amenaza con la mano en alto, pero es que todas las mañanas tengo que sacarla de mi camita. Cuando mamá y yo nos levantamos de la cama de mamá ella siempre está acostada en la mía, que está en el sitio donde ella dormía siempre, es verdad, pero mamá la compró para mí. Y es que ella se acuesta en miles de sitios, incluso en el vestidor, entre la ropa, cosa que yo nunca podré hacer, y se empeña en quitarme mi cama. Menos mal que estoy yo para echarla.
O cuando entramos y salimos de casa; ella nunca sale a la calle, eso no es cosa de gatos, pero se acomoda encima del mueble de la entrada y cada vez que nosotros vamos o venimos ella hace amago de salir al rellano de la escalera. Y sale, que mamá la deja salir sin problema, pero Sofía sabe que debe volver a casa y se hace la remolona, incluso, a veces, se sube al piso de arriba y luego se pone a maullar porque le parece que se ha perdido, que parece tonta. Menos mal que estoy yo, que, cuando Sofía sale al rellano, me quedo vigilando, sin ninguna prisa por bajar la escalera como hacemos cuando estamos solos mamá y yo, y no me muevo de la puerta hasta que la empujo para que entre.
O cuando Sofía quiere comida blanda y, en cuanto nos ponemos a ver la televisión por la noche, se sube a los muebles y se pone a descolgar cuadros, que se pone de manos y rasca en el cristal hasta que se desequilibran y el día menos pensado nos va a tirar alguno.
O cuando nos dormimos la siesta en el sofá, que mamá dice que Sofía siempre se ponía entre sus piernas, o encima de su tripa, y yo he probado y, efectivamente, entre las piernas de mamá se está de maravilla para dormir la siesta, de modo que yo puedo quedarme allí tan a gustito y ella ponerse encima, que pesa menos que yo. Pues nos cuesta acomodarnos unos cuantos viajes, y, la mayor parte de las veces, no aguantamos los dos juntos. Menos ayer; ayer, ¡por fin! –dijo mamá-, estuvimos los dos encima de ella y estuvimos tranquilos. Lo que me parece mentira es que mamá pudiera dormir, aunque, por otro lado, no me extraña, porque debe estar cansada de guerrear con nosotros.