Hoy no hemos ido a la oficina. Mamá dijo que era sábado y me dejó casi toda la mañana en casa, con Sofía. Sofía es un poco sosa. Se tumba en la cama y no quiere jaleos. Menos mal que yo he estado atareado sacando sus juguetes de una caja de cartón. Si no es por mí, que los he sacado todos, ni se acordaba de que los tenía. Luego me he escondido entre los zapatos de mamá, y, cuando ella volvió no me encontraba, porque me quedé dormido encima de una chancla. Me gustan los zapatos de mamá. Cuando se ducha, yo me quedo en el baño y le pido que me deje entrar con ella y, como no me hace caso, me llevo sus chanclas hasta mi camita y luego corro a lamerle las piernas mojadas. Ella protesta un poco pero yo hago como que no la oigo; y así andamos todas las mañanas, yo le quito las chanclas a ella y ellas me las quita a mí después.
Dice mamá que va a empezar a pensar como un perro, para adelantarse a mis tropelías. Antes ella se levantaba y se iba a la ducha directamente y ahora tiene que mirar por donde pisa por si hay pis, y mirar si Sofía ha hecho caca en el arenero para que no me de tiempo a cogerlas y, luego, abrir el balcón para que salga por si quiero mear en los papeles de periódico que ha puesto sobre el empapador allí. Ayer se enfadó porque, de dos lengüetazos, en un visto y no visto, me acabé la comida blanda de Sofía, así que, ahora, también la coloca en la encimera de la cocina, para que ella coma y yo no alcance; pero a Sofía no le gustan esos cambios y todo el tiempo va al sitio donde antes tenía su comedero.
Yo intento portarme bien, porque nada me gusta más que los cariñitos que me hace mamá, pero se me olvida lo que ella quiere que yo haga. Supongo que es porque soy pequeño todavía, y porque llevo muy poco tiempo aquí. Pero me esfuerzo; me esfuerzo mucho.