Diario de Pepín. Día 82

Me asombro de que me quedan muchas cosas nuevas por conocer. Me pregunto cuándo acabaré de ver todo por primera vez.

Y es que, de pronto, salgo a pasear por la mañana temprano y me doy cuenta de que, durante la noche, le han salido un montón de cosas amarillas y marrones a la hierba. Y, cuando me acerco, me doy cuenta de que son hojas, como las de los árboles, pero sueltas, y que no pesan y se mueven –algunas- en cuanto me acerco y si corre un poquito de aire ya casi ni las alcanzo. Son hojas secas que cubren toda la hierba, y hacen montones en los recovecos donde el viento no llega, y, cuantas más hay en el suelo, menos hay en los árboles. Yo nunca había visto esto, y lo miro con una cierta desconfianza porque mamá pisa los montones amarillos –¡dice que le encanta!- y suena como si algo se rompiera debajo de sus pies, y entonces yo me separo de un brinco, que no sé lo que va a salir de allí.

Si lo pienso bien, hay cosas que, aunque sea la primera vez que las veo, yo ya sé lo que son, o lo que no son. Como si alguien me lo hubiera contado hace mucho tiempo sin yo darme cuenta. Porque, por ejemplo, hoy he visto unos hongos enormes y blancos entre la hierba y yo sé ya, porque sí, que no son comida. Por eso paso de ellos y sigo rebuscando a ver si encuentro un cachito de pan que alguien se haya dejado caer o que hayan puesto para los pájaros. ¡Al pan qué más le da que se lo coma un pájaro o que me lo zampe yo…! A mamá es a la que no le da lo mismo, a juzgar por cómo me riñe cuando cojo comida del suelo. Que un día la voy a morder sin querer y vamos a tener un disgusto, que me mete los dedos en la boca para sacarme lo que estoy comiendo, y yo no soy capaz de abrirla y tragar a la vez.

Diario de Pepín. Día 34

Mamá dice que, cuando no me ve, es que estoy haciendo fechorías. Yo no sé qué significa eso, pero supongo que se refiere a esas cosas que los perros hacemos por necesidad; y por gusto, también. Porque siempre que lo dice es porque le muerdo cosas que ella no quiere que muerda, o asuntos así. Es que, hoy, cuando ha ido a ponerse unas zapatillas blancas, que estrenó hace quince días, se encontró con que a una le faltaba parte del talón. Que se la ha podido poner igual; pero me riñó.

Las cosas con Sofía están más tranquilas, ya no me atrevo tanto con ella porque alguna vez se ha vuelto con la mano en alto y tengo miedo de sus uñas. Pero yo veo que me tolera mucho mejor, debe ser que ya entiende que yo solo quiero jugar, que soy un cachorro y tengo que jugar y corretear. Es difícil que todo el mundo entienda a los cachorros. Pero vamos mejor, incluso a veces nos ponemos los dos en el sofá sin que esté mamá en medio. Eso sí, uno en cada esquina, pero nos miramos y no salimos corriendo.

Lo peor es que Sofía vomita de vez en cuando porque se le llena el estómago de pelos, que es que no para de pasarse la lengua y venga tragar y tragar, y yo corro todo lo que puedo para llegar a su vómito y comérmelo –huele de maravilla-, pero mamá no me deja. Mamá, en cuanto ve que Sofía está vomitando ya me está buscando a mí y diciendo eso de “NO”. Porque es mamá que, si no fuera mamá, no le iba a hacer ningún caso.