Diario de Pepín. Día 121

Yo tenía seis hermanos, de eso sí me acuerdo. Y supongo que todos los perros que eran mis amigos, y los que no, también tendrían hermanos. ¿Cómo es posible que ahora todos los perros  hayan desaparecido? ¡Si debíamos ser muchísimos! ¡Si nos juntábamos en el parque hasta diez o doce a la misma hora y ahora no veo a ninguno! El caso es que sigo oliendo meadas en la calle, por eso pienso que en algún sitio deben estar, pero es como si se los hubiera tragado la tierra…

Lo único bueno de todo esto es que ahora juego más con mamá, como no tengo amigos para corretear, ella me tira un nudo de cuerda lo más lejos que puede en casa y yo corro como un loco a por él. Y, luego, nos peleamos los dos a  ver si es capaz de quitármelo de la boca. Y siempre gano yo porque cada vez tengo más fuerza.

Hoy me ha pasado algo extraordinario. Como yo había bebido mucha agua tenía unas ganas enormes de hacer pis, pero quería aguantarme para no hacerlo en casa y que mamá no me riñera. Pero es que aún no era la hora de salir y yo ya no aguantaba más, así que pensando en qué sitio sería el mejor, o el menos malo, se me ocurrió hacer pis en la ducha y no sé si es que mamá no se ha dado cuenta, o es que lo ha visto y no se ha enfadado conmigo, porque no me ha reñido. Temblando estaba.

«El gato»

El inspector Mora había nacido predestinado a ser policía. Era sagaz, intuitivo, taimado y tan ágil, física y mentalmente, como un felino, lo que le había valido el sobrenombre de «El gato». El mote no era público, o casi; se lo llamaban los policías de su unidad cuando hablaban entre ellos, en voz baja y a sus espaldas; y se lo decían sus jefes cuando se referían a él sin estar él presente. Todos le llamaban «El gato» y él lo sabía;  y le gustaba tanto que, en una ocasión agarró por la pechera a un confidente del que sospechaba que le pasaba información falsa, lo miró a los ojos con la mirada más fría y calculada de la que fue capaz y, literalmente, le escupió en la cara: «Ten cuidado, rata asquerosa, que «El gato» anda suelto…

Al inspector Mora, lo de la lucha entre buenos y malos le parecía bien, de eso vivía. De chico disfrutaba jugando a «policías y ladrones» y lo mismo le daba ser lo uno que lo otro, porque a él lo que le entusiasmaba de verdad era el juego del engaño de uno contra otro, pero, ya adulto, prefirió ser Inspector de Policía a ser el ladrón, el perseguidor antes que el perseguido, porque, lo que realmente le apasionaba era la caza; acechar a su presa, anticiparse a ella incluso, tenderle una trampa, dejarla ir un poco para que se confiara y acorralarla de nuevo cuando menos se lo esperara… y, !zas¡ el gato acababa saltándole irremediablemente encima.

Por eso, incluso fuera de servicio, olfateaba a los rateros y carteristas en el metro o en los centros comerciales , se hacía ver para incitarles a huir y comenzaba el juego del gato y el ratón.  Y siempre, siempre, los acorralaba; y, a veces, solo a veces, los dejaba marchar… para volver a empezar.

LA CAZA