El inspector Mora había nacido predestinado a ser policía. Era sagaz, intuitivo, taimado y tan ágil, física y mentalmente, como un felino, lo que le había valido el sobrenombre de «El gato». El mote no era público, o casi; se lo llamaban los policías de su unidad cuando hablaban entre ellos, en voz baja y a sus espaldas; y se lo decían sus jefes cuando se referían a él sin estar él presente. Todos le llamaban «El gato» y él lo sabía; y le gustaba tanto que, en una ocasión agarró por la pechera a un confidente del que sospechaba que le pasaba información falsa, lo miró a los ojos con la mirada más fría y calculada de la que fue capaz y, literalmente, le escupió en la cara: «Ten cuidado, rata asquerosa, que «El gato» anda suelto…
Al inspector Mora, lo de la lucha entre buenos y malos le parecía bien, de eso vivía. De chico disfrutaba jugando a «policías y ladrones» y lo mismo le daba ser lo uno que lo otro, porque a él lo que le entusiasmaba de verdad era el juego del engaño de uno contra otro, pero, ya adulto, prefirió ser Inspector de Policía a ser el ladrón, el perseguidor antes que el perseguido, porque, lo que realmente le apasionaba era la caza; acechar a su presa, anticiparse a ella incluso, tenderle una trampa, dejarla ir un poco para que se confiara y acorralarla de nuevo cuando menos se lo esperara… y, !zas¡ el gato acababa saltándole irremediablemente encima.
Por eso, incluso fuera de servicio, olfateaba a los rateros y carteristas en el metro o en los centros comerciales , se hacía ver para incitarles a huir y comenzaba el juego del gato y el ratón. Y siempre, siempre, los acorralaba; y, a veces, solo a veces, los dejaba marchar… para volver a empezar.
Me encanta,está visto que todo te vale para hacer un estupendo relato.
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Me encantó, y lleno de recuerdos, a su manera 😉
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