Amigos

En la escuela había un muchacho cojitranco que, como suele ocurrir, dio en ser el blanco de los ataques de los más cerriles. Una de las veces yo fui testigo de los abusos, le increpaban, valentones por ser mayoría y sentirse más fuertes, y se reían de él imitando su cojera. Yo tuve miedo, hubiera deseado ser transparente en esos momentos, tuve miedo de que le dejaran a él y empezaran a reírse de mí, y tuve miedo, también, de que llegaran a las manos conmigo si intentaba defenderlo. Entonces y ahora sé que el miedo fue lo que me inmovilizó como una estatua de sal, supongo que yo era tan poco importante para ellos que ni siquiera me tuvieron en cuenta, y él no reclamó mi ayuda. Cuando se marcharon me acerqué y le ofrecí compartir mi merienda, y este gesto, amistoso pero cobarde, fue suficiente para que me mirara como si yo fuera su salvador.

Esta escena se quedó grabada en mi memoria toda la vida, el deseo de humillar de ellos, su soledad resignada y mi cobardía. Durante años, a partir de entonces, nos sentamos como compañeros en el mismo pupitre y nos seguimos viendo como amigos después, cuando nos fuimos los dos a la ciudad para estudiar carreras diferentes, y, cada día, desde entonces, no he podido quitarme ese sabor amargo, la conciencia de no saberme digno de su amistad.

(De las memorias de Ismael Blanco)

Autor: AdelaVilloria

Trabajo para poder comer. Escribo para poder vivir.

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