Domingo de otoño.

Alfonso cogió los bártulos y se subió al coche para volver a casa. Pensó, como cada domingo que salía de hacer una guardia, que hacía un día magnífico para regresar y para descansar, para andar a su aire, y aquél sí que era, en realidad, un precioso día de otoño, lleno de luz y de ocres. La rutina de los viajes le empujaba a fijarse en los detalles; los cambios en el paisaje, el pastor que, cada domingo a la misma hora, caminaba por la orilla de la carretera, los vehículos parados en la fuente, los que aprovechaban las primeras lluvias para recoger setas, y algunos cazadores con sus perros. Sobre uno de los puentes de la autovía vio a un cazador cargado con su escopeta y, a medida que se acercaba, reconoció el movimiento de tres perros. Alfonso vio al hombre girarse y mirar el coche, nadie más circulaba en ese momento, y, al cabo de unos segundos, le vio plantarse tras la barandilla y subir la escopeta hasta el hombro.  Notó que se le encogía el estómago cuando intuyó el disparo, e, incrédulo aún, se dejó invadir por aquella sensación de calor y dejadez que le llenaba por completo. Cuando el coche se estrelló contra uno de los pilares del puente, Alfonso ya no respiraba y el cazador había desaparecido con sus perros.

Al día siguiente el periódico daría la noticia como un accidente de caza, un conductor muerto por un tiro perdido.  Solo dos personas en el mundo sabían de verdad lo que había pasado, pero una estaba muerta y la otra no tenía ninguna intención de contarlo. Y los perros no hablan.

Lluvia y chocolate.

Ya se lo avisaron; que en el extranjero no ataban los perros con longanizas.

-No te vayas a pensar que allí las cosas son fáciles –le había repetido hasta la saciedad su madre, y, más o menos, lo mismo le habían dicho sus amigos. Pero le resultaba tan insoportable continuar en aquella situación que cualquier salida le parecía mejor que seguir así, muriendo por inanición…

-Tengo que intentarlo- argumentaba él como única respuesta. –Tengo que intentarlo.

Habían pasado ya tres meses desde su salida, o desde su llegada, según se mire, y ya había comprobado que, efectivamente, las cosas no eran fáciles allí, tampoco allí. Las oportunidades de trabajo no eran tales, se trabajaba a destajo en tareas de baja o nula cualificación, con un mínimo salario y azuzado por la urgencia de conseguir entender y hacerse entender en un idioma que, de momento, era tan hostil como el clima.

-Joder, si aquí llueve un día sí y otro también, si no he visto el sol desde que he llegado!

-Mira, no le des más vueltas- insistía en conversación con otro español que fregaba platos a su lado – un país donde el chocolate es una leche teñida de cacao no puede ser un buen país. Joder, con la de chocolates con churros que me he tomado yo en el Café de Oro, de esos que se quedan como con nata negra por encima cuando se van enfriando, que necesitas un buen vaso de agua detrás!

-Te lo digo yo, en España el trabajo estará jodido, pero sol y tapas en los bares y chocolate de verdad no nos faltan. Si, hasta cuando llueve, llueve diferente, con más luz!.

-Que por eso vienen todos estos a vernos; que estos tíos no pueden disfrutar de la vida con este cielo gris, hombre!- concluía hablando en presente, como si siguiera en España.

El otro asentía sin dudarlo, se hacía muy cuesta arriba levantarte cada día, abrir la ventana y ver aquel cielo de color “panza burro”, y a los cinco minutos, y, para el resto del día, lluvia, lluvia, lluvia…y frío. Y, para remate, si decidías pedir un chocolate para reponerte un poquito, te servían aquel beberajo en vasos de poliespán con tapa de plástico y pajita. Casi una ofensa, un sin sentido para alguien que hubiera disfrutado de un chocolate con churros como es debido.

-Te digo yo que si pusiera una chocolatería aquí, sería un éxito, porque lo es en cualquier parte, joder, y aquí, con el frío que hace y lo que llueve, más. Que a lo bueno se apunta todo el mundo, y estos, tontos no son.

-Ya, ya –terciaba el otro-, seguro. Y decía “seguro” en el mismo tono en el que puedes decir “hoy hay luna llena”, es decir, como algo evidente pero ajeno a tu voluntad.

Si no fuera porque los miraban mal cuando iban a pedir trabajo porque ya había demasiados españoles ayudando en las cocinas y limpiando wáteres, si no fuera por tener que trabajar 12 horas para pagarse la comida y la cama,  si no fuera por el problema del idioma, si no fuera… serían capaces de demostrar que allí quizás no ataran los perros con longanizas, pero ellos iban a conseguir que lloviera lluvia de chocolate.

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