El lugar que ocupas

Soñó una mujer sin rostro de la que enamorarse y salió a buscarla entre la gente de las plazas, en los bancos de los parques, en los rincones de los cafés donde se esconde la gente solitaria. Todas las mujeres con las que se topaba tenían ojos, y cejas y boca, y ninguna, nunca, salió a su encuentro con un rostro vacío que, paradójicamente, él pudiera identificar. Por eso no la reconoció cuando se cruzó con ella la primera vez ni cuando, un tiempo después, sus conversaciones fueron una rutina necesaria; no  la reconoció cuando se saludaban con un beso en la mejilla, ni cuando el recuerdo de ella se le colaba en la mente sin avisar. No la reconoció porque él esperaba encontrarla algún día y ella llevaba ya mucho tiempo allí.

En el lugar de otro

He conocido a una mujer. Nunca pensé que un día estaría escribiendo esto, Isabel. Incluso yo me he sorprendido al darme cuenta de que tengo ojos para alguien que no eres tú, quizás ya ha pasado suficiente tiempo para ser yo de nuevo; yo mismo, sin tu circunstancia.

¡Qué triste destino el de aquel que viene a ocupar el puesto que otro ha dejado, el hijo que nace cuando otro hijo ha muerto y nunca deja de ser el otro para los que lloraron su muerte, la mujer que llega a un corazón destrozado por la huella que otra mujer dejó en él y ha de luchar, sin saberlo, con la desconfianza y con el dolor que todo lo asola, el amigo que empieza a serlo y te ofrece una mano tendida cuando tienes el recuerdo de un amigo traidor…! ¡Qué injusta es la vida con los que llegan a la tuya después de una batalla!

Ella no sabe nada aún de mí porque no sabe nada de ti, ni de mi amor incondicional, ni de mi dolor inconmensurable. Ella no sabe que llega a ocupar el lugar de otra, las ruinas que otra dejó para ella. Ella no sabe de su triste destino ni de la baza injusta que la vida iba a jugarle conmigo. Ella es inocente en mi vida y yo no me siento culpable en la suya. Probablemente esa sea ya la única vida que se nos permitirá vivir.

(De las memorias de Ismael Blanco)