En la estación

Los dos pasaban de los sesenta. Podría decirse que estaban aún en esa etapa de la vida en que, siendo mayor, aún no eres viejo, pero, en cuanto te descuidas, pasas esa frontera imperceptible y te caes de bruces al otro lado.

Ella, maquillada, informal en el atuendo, vivaz; él, discreto, más bien oscuro, pensativo…

Los dos toman café y algo más, uno frente a otro, sentados a una mesa de la cafetería. Ella se le acerca para hablarle bajito, pone su mano sobre el brazo de él y le pregunta qué tal está. Hablan en voz baja, íntima, y luego él también, ya más animado, pregunta ¿Y, tú, qué tal?

Se sonríen con los ojos, incluso él parece ahora un poco menos gris. Se tocan las manos en un gesto fugaz, se buscan, y, al final, él gira su silla y se sienta al lado de ella, y, entonces, se toman de la mano y se hablan muy bajito, mientras no dejan de mirarse. “estabas nervioso”, “yo creo que ha salido bien”, “ya pasó”, «qué iban a decir»…

Dos maletas pequeñas siguen frente a ellos. La de ella, con un bolso encima, con una mochila encima la de él. Aún mantienen equipajes independientes para una vida en común recién estrenada.

Al cabo de unos minutos, ella mira su reloj y los dos asienten, se levantan, recogen sus equipajes y se alejan.

Quizás en unos años vuelvan a estar en la misma estación, una maleta grande y única para ambos, sin mucha conversación, sin tocarse furtivamente, un poco apagada la mirada de ella y más aún la de él.

Quizás.

Pero no hoy

Autor: AdelaVilloria

Trabajo para poder comer. Escribo para poder vivir.

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