Diario de Pepín. Día 125

Dice mamá que hoy hace un año que estoy con ella. Y con Sofía, claro; aunque con Sofía estoy y no estoy, porque hay días que anda escondida todo el tiempo y solo aparece cuando llega mamá y le pide de comer o salir al rellano.

Si mamá no hubiera dicho eso del año, yo no me habría dado cuenta. Los perros no pensamos en esas cosas. Para mí el tiempo tiene una medida particular. Un día es un puzle donde van encajando las piezas de la rutina: el momento de despertar, el de esperar a que mamá se duche para que venga a abrir la ventana del dormitorio, y, de paso, se quede a mi lado acariciándome un ratito muy corto, el de ponerme el desayuno y no comer nada hasta que ella me da algo del suyo, el de salir a olisquear a la calle, el de que mamá me limpie las legañas y las patitas cuando volvemos -¡puag!, ese momento no me gusta nada…-, el de ver cómo se arregla para irse a trabajar mientras yo espero a que me deje un juguete con comida escondida dentro y su camiseta, por si me pongo nervioso mientras espero a que vuelva… Y el resto del día, poco más o menos, menos cuando ella vuelve por la tarde de trabajar y yo la recibo pegando saltos y bailando y en seguida volvemos a la calle un rato.

Yo creo que no hace falta contar los días. Yo creo que, con mamá, el tiempo no puede medirse. Con mamá es “siempre”.

Autor: AdelaVilloria

Trabajo para poder comer. Escribo para poder vivir.

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