De cuando niño

Los fines de semana mi padre era más mío, si cabe, que el resto de los días. Recuerdo que solía hacer pan en casa. Yo apoyaba los brazos en la mesa de la cocina y asentaba la barbilla sobre ellos para no perderme ni un detalle, me gustaba verle hundiendo los dedos, aquellos dedos tan largos, en la masa redonda y espolvorear harina por encima. Sin decirnos nada, llegaba un momento, al final, en el que mi padre, como si de pronto se diera cuenta de que yo estaba allí, me miraba, me sonreía y, con una mirada cómplice, moviendo levemente la cabeza, me invitaba a amasar yo también. Yo me afanaba, casi tenía que empinarme para llegar bien, y él me dejaba hacer unos minutos, hasta que yo me miraba las dos manos, abiertas y pringadas de masa y él me ayudaba a quitármela de los dedos.

Mi padre hacía y decía cosas que los padres de los demás nunca habrían imaginado siquiera y yo viví aquellos años como si fuera el dueño de un secreto que sólo él y yo conocíamos. Después, durante toda mi vida después de aquellos domingos de panadero, cada vez que parto un trozo de pan reciente, vuelvo a tener 8 o 9 años y mi padre sigue siendo más mi padre que nunca,  incluso ahora, que ya no está.

(De las memorias de Ismael Blanco)

Autor: AdelaVilloria

Trabajo para poder comer. Escribo para poder vivir.

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