Diario de Pepín. Día 122

Ayer fue mi cumpleaños. Yo no sé nada de días especiales, para mí estaban los domingos y los otros días, pero desde que está el confinosequé, parece que hubiera más domingos que de los otros. Y, tampoco; porque antes del confinosequé ese, los domingos nos íbamos mamá y yo muy lejos, a caminar, y,  luego, yo correteaba por la hierba hasta que me entraban ganas de volver a casa y, ya cerca, nos parábamos a comprar churros –que yo me sentaba en la acera mientras mamá hacía cola y luego ella me daba un pedacito de cada churro que se comía con el café-. Esos sí que eran días especiales…

Así es que ayer hizo un año desde que yo nací, a mí se me hace mucho tiempo, pero si mamá quiere celebrarlo, me parece bien. Yo no sé cuánto tiempo hace desde que, después de vivir con mis primeros papás, mamá y el chico de la gorra me achucharon, me cogieron en brazos y me trajeron a casa. A veces me dan ganas de preguntarle a mamá porque seguro que ella lleva la cuenta también de esto, pero es que, en el fondo, me da igual. Casi toda mi vida llevo a su lado. Y eso me basta.

Cumpleaños

El 3 de diciembre de 1961 mi padre volvió de Francia. Cuando alguien deja su familia atrás acuciado por la necesidad, aunque se dirija a un lugar determinado, la experiencia es tan abrumadoramente dolorosa, que solo referirse a la dimensión de un país, entonces, o de un continente, ahora, puede ofrecer una dimensión adecuada.

Mi padre solo fue emigrante durante tres meses. Ahora, cada mes recibe algo más de 30 euros que Francia le envía puntualmente en pago del servicio que prestó allí.

Lo único que yo conozco de entonces es la humillación que mi padre sentía cuando se acercaba a algún taller buscando trabajo y el patrón no levantaba la vista siquiera para decirle que no, que allí no. Tanto esfuerzo, tanto dolor, y ni siquiera lo miraban a los ojos.

Mi padre decidió volver a donde las cosas estaban peor, pero donde estaban su casa y su familia.

El día que mi padre volvió yo cumplía tres años y no guardo memoria de nada, pero sé, porque él me lo ha contado, que cuando le vi en casa le pregunté a mi madre quién era aquel señor.

Yo no guardo memoria de esto, ni de nada de aquel tiempo, pero él me lo recuerda cada año, el día de mi cumpleaños, como si cada año celebrara el haberme recuperado.

Cumpleaños

El día de su cumpleaños, Saúl decidió no hacer balance. Se levantó como cada día aunque, poco a poco, fue dejándose invadir por una sensación de novedad, de estreno, como cuando, de pequeño, se ponía una camiseta o unas zapatillas nuevas, y la vida estaba por gastar aún.

El día de su cumpleaños, Saúl tampoco quiso hacer planes, ni siquiera para el corto plazo del año que seguiría a aquel día. Cerró los ojos y sintió cómo una ligera brisa le acariciaba el rostro y le envolvía después en un tierno abrazo, identificó en ella el olor y la textura de todos sus afectos y se sintió entrañablemente vivo, capaz de seguir ilusionándose y aprendiendo y rectificando o no, según el momento y la ocasión; para no dar todo por hecho nunca, para tener siempre un camino por delante.

Saúl se dio cuenta de que no sólo no iba a ser capaz de dibujar su futuro, sino que ni siquiera le importaba. Lo único que Saúl quería era sentirse vivo, y eso ya lo había conseguido, con creces.