Camino

Con cuatro o cinco años iba de la mano de su hermana, que siempre la apretaba un poco por miedo a que se soltara y le echaran las culpas si le pasaba algo, pero nunca se quejaba para que ella no protestara más y no tirara de su brazo, ahora, que ya tenía los dedos blancos por la presión entre los suyos. Iba distraída porque ella se distraía con cualquier cosa, según decía su madre, pero sólo era que todo lo encontraba interesante y no podía caminar al paso porque tenía que volver la cabeza  hacia la lagartija que era capaz de correr por la pared vertical, o hacia las hormigas en formación arrastrando cargas más grandes que ellas mismas por un camino hecho a base de pisar y pisar, hasta que, de pronto, un brusco tirón en su mano  la obligaba a dar saltitos y avanzar  y caminar de prisa para ponerse al paso.

Y vuelta a empezar, una y otra vez, miles de veces. Ahora, que ya no quedan manos que la arrastren, hasta que ya no queden ojos con los que mirar, ni corazón con el que vibrar de emoción.