El repartidor

Yo sé que son las siete y cuarto porque me cruzo con él. Todos los días, siempre a la misma hora. Incluso cuando yo no madrugo estoy segura de que él hace el mismo recorrido, con la cabeza gacha, la cara inexpresiva y la mano llena de llaves de los portales de comunidad. Poco a poco, va dejando periódicos en los buzones y, poco a poco, el fardo de prensa que lleva bajo el brazo izquierdo va mermando. Si llueve, lo cubre con un plástico mientras él se va mojando, pero, ni siquiera entonces, cambia el ritmo.

Y nunca ha contestado a un “buenos días”.

Debe ser muy duro madrugar para repartir malas noticias: noticias de violencia, de estafas o de corrupción, y luego, además, afrontar tus propias batallas. Hay que ser un superhombre o un insensato para mantener la sonrisa y el gesto alegre después de eso.

Ahora entiendo que este hombre espere Navidad y Año Nuevo como si fuera un crío la noche de Reyes, porque esos dos días, los únicos en todo el año, él puede quedarse en la cama y pensar que, al menos dos días al año, cargará solo con sus propias sombras, sin repartir por cada casa las miserias del mundo.

Diario de Pepín. Día 109

Mamá dice que he salido en un calendario. Yo no  me lo creía pero me ha enseñado una foto con una de mis hermanas, del último día que estuvimos todos juntos, sin mamita Alba. A mí se me ve bastante pequeño porque mi hermana me saca más de la cabeza. Me acuerdo ahora de cómo todos mis hermanos, que eran seis y eso es ser muchos hermanos, se adelantaban siempre a coger la teta de mamita, y me dajaban al verlas venir. Yo creo que, si no hubiera sido por los cuidados que me dieron los papás de la otra casa, yo me habría muerto de hambre, en medio de todos ellos, hambrientos y grandullones. Menos mal que siempre he tenido papás que me han cuidado, los de la otra casa y mi mamá.

Dice mamá que hoy se acaba un año y mañana empieza otro. A mí me da lo mismo, los días son diferentes dependiendo de si voy a la oficina o me quedo en casa, o si vamos de viaje con el coche, cosas así… Y un año se me hace un tiempo muy largo. Yo no sé cuántos años tendrá ya mamita Alba o cuántos tendrá el perro más viejo que jamás haya visto, pero, si he de empezar un año nuevo, pues quiero seguir todo ese tiempo con mamá, por supuesto, y con el chico de la gorra, y el señor que me llama perrete y la mujer que habla como mamá pero no es mamá. Bueno, y con los abuelos, claro, que yo creo que esos sí que deben ser viejos viejísimos, pero ya les diré yo que, si no pueden caminar bien, pues que se queden sentados, pero que me esperen en el pueblo que tendremos que ir también en ese año nuevo.