Yo no sé si los perros tenemos adolescencia, son cosas sueltas que oigo por ahí, pero sí sé que me pasan cosas que no controlo muy bien, que, de pronto, me entra la revolución y no paro y muerdo todo y brinco y me pongo de manos y me puede la necesidad de actividad y, de pronto, me entra un sueño terrible que me deja KO. Mamá dice que parece que tengo un interruptor y que funciona por su cuenta.
Todo el mundo dice que he crecido mucho. Yo creo que sigo siendo pequeño, porque mamá me midió el pecho para comprarme el arnés nuevo y dijo que casi no llegaba a la talla más pequeña. La gente, en la calle, siempre le pregunta a mamá si soy bebé y de qué raza soy, y mamá les dice que cuatro meses y que soy un cruce de razas, pero que no sabe de cuáles porque nací en una perrera. Yo sé que mamá me quiere mucho, muchísimo, pero también sé que mamá quería un perro pequeño y tengo miedo de que, si crezco mucho, ya no me quiera. Aunque, por otro lado, yo creo que no, que me querría igual o parecido porque el otro día le dijo al señor de las tardes que me llama perrete que dormíamos juntos la siesta en el sofá y, cuando él le dijo “mira que los perros crecen y luego no cabe…” ella se puso muy seria y le dijo: Pues compro otro sofá. Y eso, creo yo, significa que, aunque yo crezca mucho y sea un perro grande, mamá y yo vamos a seguir juntos siempre y nunca me va a llevar a la perrera.