El niño nació mañana. El 25 de marzo de 1954. Le pusieron el nombre de sus dos abuelos maternos, el del abuelo asesinado en una cuneta y el de la abuela muerta cuando mi madre era una niña aún. Como si el niño fuera el eco de los dos muertos. En realidad, apenas tuvo nombre y apenas tuvo vida, porque cuando tenía algo más de tres meses, el médico del pueblo, que era un gran médico, no supo ver que la angustia de una madre primeriza era algo más que eso, y, cuando quiso darse cuenta, se lo había dejado morir de una otitis complicada.
La ausencia del niño ha vivido con nosotros durante todos estos años. La ausencia del niño, del hijo, del hermano, ha sido la mano que manejó los hilos de nuestra existencia, sin darnos cuenta.
La niña que le siguió fue presa del temor obsesivo de mi madre, que la convirtió en un bebé malcriado y excesivamente dependiente, y mi hermana necesitó muchos años, demasiados, para cortar ese cordón umbilical y ser ella misma. Y mi hermano, el más pequeño de mis hermanos, nació con el nombre del otro que apenas llegó a vivir, para restañar las heridas de mis padres y cumplir sus esperanzas. Que todo era machismo entonces.
En cuanto a mí, yo he vivido mi vida sabiéndome en deuda con el niño muerto. Cuando yo tenía tres meses, mi madre desoyó los consejos del gran médico, y otro médico que no podían pagar me drenó los oídos para que no muriera como él. Recuerdo, de niña, escuchar cómo mi madre me lo contaba, y cómo enterraron a mi hermano el día de la Virgen del Carmen. Y yo me sentía responsable de esa muerte que ni dios ni la virgen quisieron evitar. Y recuerdo, cuando niña, visitar el cementerio el día de los santos y pedirle a mis padres que me llevaran ante la tumba del niño, y quedarme muy quieta delante de un montoncito de tierra sin marca alguna, sin ninguna identificación más que el sentimiento de gratitud que brotaba de mi corazón por aquel héroe muerto. Y recuerdo haber crecido con aquella ausencia que había intercambiado mi vida por la suya, haber crecido sin el manto protector de un hermano mayor al que siempre eché de menos.
Y le echo de menos aún, como si fuera un poso que siempre queda en el fondo. Y le recuerdo especialmente cada 25 de marzo y cada 16 de julio, desde que tengo memoria. Incluso ahora, cuando el 25 de marzo ya no es nada en la memoria de mi madre.
Está claro que gran parte de la vida es la vida vivida
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«El ser humano es maravilloso». Cómo, acontecimientos que no hemos llegado a conocer y efímeros dejan huella en las personas.
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Siempre queda la belleza de una vida entera entre los múltiples dolores. Has sido muy valiente dejando esta historia tuya plasmada en nuestra mirada.
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