El hombre apenas levantaba la vista de la mesa mientras empezaba a explicar, cabizbajo y dubitativo, el motivo de la consulta. El médico, acostumbrado a valorar a primera vista antes de poner la mano encima a todo el que entraba por la puerta no tuvo ninguna duda, aquel paciente tenía una depresión y lo estaba pasando mal. Cuando el hombre le informó de que iba a la consulta porque le había picado un mosquito en la pierna, el médico lo justificó pensando que, sin duda, su depresión deformaba el sentido de enfermo y enfermedad y, pasando del sarpullido le espetó:
-¿Tiene usted algún tratamiento psiquiátrico? El hombre reaccionó con un ataque de pánico, abrió los ojos como platos, se le paralizaron las manos y levantó la voz para decir: “Nooo, no, ¿cómo dice usted eso?”.
El médico no estaba dispuesto a retroceder y afinó un poco más.
-¿No tiene un tratamiento antidepresivo?
El hombre se revolvió en la silla sin entender nada.
-No, no, claro que no, yo no estoy deprimido, a mí me ha picado un mosquito… ¿me ve usted deprimido? A lo mejor tenía que ir… Bueno, es verdad que en mi casa me dicen que soy un cascarrabias…
El médico se animó.
-¿Y lo es usted? ¿Es usted cascarrabias?
-Pues, sí, sí, sí que lo soy, la verdad. Bueno, y, ahora que usted lo dice, la verdad es que siempre veo todo negro, la botella medio vacía, ya sabe…
-¡Vamos –terció el médico para aligerar un poco- que no está usted deprimido, que usted es así de siempre!
El hombre recapacitó y, por primera vez, un brillo tenue, pero brillo al fin y al cabo, le iluminó la mirada.
-Pues, quizás, sí, porque, ¿sabe usted? –dijo-, en el colegio todos me llamaba Calimero…
La risotada que soltó el médico le arrastró y se rió también, con menos fuerza que él, sí, pero alejándose un poquito del pollito Calimero.
Buenísimo 😉
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