Cuando abrió los ojos su primer pensamiento fue para él, incluso había soñado con él aunque no recordara el sueño, pero sí identificaba el poso que el sueño le había dejado. Se desperezó con la ilusión de su regreso, una tarde más, en aquel refugio fabricado a la medida de los dos, en el que casi nada más existía, o, al menos, nada podía interferir. La espera en sí misma ya resultaba entrañable, como el tráiler algo almibarado de una película romántica, como el presentimiento de una felicidad tranquila, reposada y certera que, sin embargo, acelera el corazón. Todo era siempre igual y, a la vez, tan diferente; igual era el deseo que la empujaba, y sentir que el tiempo se paraba en el reloj, porque, aun a sabiendas de lo manido que resultaba todo, de lo predecible que pueden llegar a ser las emociones, salvo en el momento y en la intensidad de ser vividas, eso era lo que pasaba en realidad, que el tiempo se paraba junto a él, y ella se dejaba transportar a otros universos que después, cuando él ya no estaba, seguían pegados a su piel y a su memoria, y esa huella, imborrable ya, serviría de reclamo para la siguiente tarde, porque tenía que haber una tarde más como aquella, y muchas tardes más, porque si no, ella se sentiría languidecer como una luz de gas. Y todo pasaría muy rápido, demasiado rápido a pesar del tiempo detenido, y al final de la tarde ella se sentiría como emergiendo del sueño que no recordaba, con la piel y el corazón erizados de sensaciones y el deseo intacto de seguir a su lado.
Y así era cada tarde, ella cogía cuidadosamente un libro, buscaba, como en una caricia, el punto en que había quedado su encuentro anterior y ambos se entregaban al juego de los amantes que viven a espaldas de los demás.
Muy, muy bueno 😉 me gustó
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