Estuvo a punto de volverse, movido por un impulso. El aroma del café que el camarero acababa de servirle desapareció cuando aquel perfume le envolvió por la espalda, como si ella, ella, aguardara pacientemente detrás y le tocara el hombro para llamar su atención.
La cucharilla removiendo el azúcar era ya el perfume mismo, el olor que el perfume dejaba en su piel, el olor de sus ojos tímidos e inmensos, de sus silencios acogedores y de sus charlas interminables, el olor de sus gestos, de sus abrazos, de la huella en sus sábanas; el olor de su memoria…
Respiró hondo, todo lo que pudo; apuró el café de un trago y salió despacio hacia su vida.
Precioso…..
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