Los silencios

Lo peor de todo siempre han sido los silencios. El silencio de papá y mamá, que casi nunca hablaban y, por supuesto, nunca me susurraron al oído; el de aquella niña con trenzas y calcetines blancos que me miraba y me miraba y me sonreía, pero nunca me dijo que sí; el de Juan, cuando le pregunté si estaba enamorado de mi novia de entonces, que poco después dejó de ser mi novia y se casó con él; el del hijo puta de mi jefe en mi primer trabajo, que me despidió sin una palabra…; el del bebé, que nació sin llanto, y sin voz, y sin vida, y aún me despierta cada noche desde la habitación de al lado de mi mente, por donde también vaga sin rumbo su madre, desde entonces; y me mira a veces, y me grita con el más desgarrador de los silencios.