Yo no sé cómo podría decirle a mamá cuánto la quiero, cómo me hace temblar el corazón cuando me seca con una toalla al volver a casa empapado por la lluvia, o cuando me da el último pedacito de su tostada mientras desayuna.
Porque, hasta ahora, yo creía que lo peor que podía pasarle a un perro era nacer en una perrera, sin papás humanos que lo quieran, pero ahora sé que lo peor de todo es tener papás que nunca deberían llamarse así, papás que dejan cicatrices en la piel y en la memoria, como le ha pasado a Bro.